domingo, 1 de noviembre de 2009

EL PATO PATARECO

JACK el PEREZOSO

Érase una vez una mujer muy pobre que vivía en una pequeña choza. El poco dinero que tenía se lo ganaba tejiendo. Tejía a todas horas hasta que anochecía. Pero aunque trabajaba mucho seguía teniendo muy poco dinero.

La mujer tenía un hijo llamado Jack, que vivía con ella en la choza. Jack era tan vago que se pasaba el día sentado junto al fuego. Nunca hacía nada. No tenía trabajo. Todo el mundo le llamaba “Jack el perezoso”.

La mujer comenzó a enfadarse con Jack, porque siempre estaba sentado junto al fuego sin trabajar para comprar comida ni hacer nada útil .

Un día, cuando ya no pudo aguantar más, le dijo: “ Jack, tienes que trabajar. Tienes que ayudar a pagar la comida. Si no vas a trabajar tendrás que marcharte de casa y buscarte la vida”.

Al día siguiente Jack salió de casa y encontró trabajo en una granja. Cuando terminó la jornada le dieron un céntimo. Como nunca había trabajado, jamás había tenido dinero, y no sabía que hacer con él.

Para volver a casa tenía que cruzar un puente. En el puente se resbaló y dejó caer el céntimo, que cayó al río y desapareció para siempre. Cuando llegó a casa y le contó a su madre lo que había ocurrido, ella le dijo: “ Qué tonto eres. Deberías haberlo guardado en el bolsillo”.

“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.

Al día siguiente Jack encontró otro trabajo, esta vez en una lechería. Cuando terminó la jornada el lechero le dio a Jack una jara de leche. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre, y se metió el cuello de la botella en el bolsillo. Cuando llegó a casa se había caído toda la leche.

“Que tonto eres”, dijo su madre. “Deberías haber traído
la jarra de leche sobre la cabeza”.

“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.

Al día siguiente Jack encontró trabajo en una tienda de quesos. Cuando terminó la jornada la dueña de la tienda le pagó con un gran queso redondo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre, y se puso el queso sobre la cabeza. Pero hacía tanto calor que para cuando llegó a casa el queso se había derretido y le caía por la cara.

Cuando su madre lo vio dijo:” Que tonto eres. Deberías haber traído el queso en las manos”.

“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.

Al día siguiente Jack trabajó en una panadería, y cuando terminó la jornada el panadero le dio un gato viejo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre e intentó agarrarlo con las manos. Pero el gato le arañó y se le escapó. Cuando llegó a casa le contó a su madre lo que había ocurrido con el gato.

Ella dijo:” Qué tonto eres. Deberías haberlo traído atado con una cuerda”.

Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.

Al día siguiente Jack encontró trabajo en una carnicería. Se pasó todo el día cortando y empaquetando carne, y cuando terminó la jornada el carnicero la dio un jamón. Jack lo cogió, lo ató con una cuerda y lo llevó arrastras a casa. Pero cuando llegó estaba estropeado y cubierto de tierra.
No podían comer aquel jamón que Jack había arrastrado por el suelo. “Qué tonto eres. Deberías haberlo traído en el hombro”, le gritó su madre.

Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.

Al día siguiente, que era sábado, Jack trabajó en una cuadra con burros y caballos. Trabajó tanto que al terminar la jornada le dieron un burro. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre e intentó cargar el burro a hombros. Pesaba mucho, pero después de varios intentos lo consiguió y comenzó a caminar despacio con el burro sobre los hombros.

Por el camino pasó por delante de una casa muy bonita en la que vivía un hombre rico con su hija, que estaba muy enferma. No se había reído nunca. Los médicos le habían dicho al padre que sólo se curaría si se reía. Lo había intentado mucha gente, pero nadie había conseguido hacerla reír ni sonreír.

La joven estaba mirando por la ventana cuando pasó Jack, y vio que tenía problemas para sujetar al burro sobre los hombros. Al burro no la hacía ninguna gracia que lo llevaran boca abajo, y comenzó a dar coces y a rebuznar con todas sus fuerzas.

Era lo más divertido que había visto en su vida. Se echó a reír a carcajadas, y la risa hizo que se curara inmediatamente.

Su padre se alegró tanto que le regaló a Jack mucho dinero y una casa muy grande. Ahora Jack vive en esa casa con su madre, y sigue haciendo reír a la bella joven.

Aunque cometas muchos errores, a veces las cosas salen bien.

LA OLLA PARLANTE

Érase una vez una pareja muy pobre que no tenía nada para comer y sólo poseía una vaca flaca. Tenían tanta hambre que decidieron vender la vaca para comprar algo de comida. Así que el hombre ató una cuerda alrededor del cuello de la vaca y se encaminó hacia el mercado.

Poco después se encontró por el camino con un desconocido que le preguntó: “Buen hombre, ¿vas al mercado a vender tu hermosa vaca?”.

“Sí”, respondió el hombre pobre, aunque él no creía que su vaca fuera hermosa.

“¿Quieres comprarme la vaca?”, le preguntó pensando que quizá podría ahorrarse la caminata hasta el mercado.

“No tengo dinero, pero podemos hacer un intercambio”, dijo el desconocido. “¿Quieres cambiar tu vaca por esta olla mágica?”

El hombre miró la olla, que era bastante corriente. Era una olla grande de hierro como muchas otras que había visto. “No, tengo que vender la vaca. Necesito dinero para comprar comida”, respondió.

“Si me llevas contigo no te arrepentirás”, dijo la olla.

El hombre se quedó sorprendido al oír hablar a la olla y pensó que quizá por eso era mágica. Así que cambió su vaca por la olla y al regresar a casa la puso en el establo, donde estaba antes la vaca.

Cuando entró en casa, su mujer le preguntó: “¿ Cuánto dinero te han dado por la vaca? ¿Has comprado comida?”.

“No, pero he conseguido algo extraordinario”, contestó, y llevó a su mujer al establo para que viera la olla.

“¿Cómo se te ha ocurrido cambiar nuestra hermosa vaca por una simple olla de hierro?


Cuando el hombre estaba a punto de explicárselo, dijo la olla: “Límpiame, sácame brillo y cuélgame junto al fuego”.

La mujer se quedó pasmada, y pensó que después de todo una olla parlante podría tener valor. Así que la limpio, le sacó brillo y la colgó junto al fuego.

A la mañana siguiente la olla dijo: “Me voy, me voy”, y salió por la puerta de la choza de la pareja pobre. Tras atravesar colinas y valles llegó a la casa del hombre rico. Entró en la cocina, donde estaba su mujer haciendo su pudín favorito, y subió a la mesa de un salto.

Al ver la olla sobre la mesa, la mujer rica dijo. “Esta olla tiene un tamaño perfecto para mi pudín favorito”. Troceó unas nueces y unas pasas y las añadió la pudín.

Cuando el pudín estuvo hecho dijo la olla: “Me voy ,me voy”, y salió por la puerta.

La mujer rica dijo: “¿Adónde vas con mi pudín favorito?”.

“Me voy por colinas y valles a la choza de la pareja pobre, que vive camino arriba”, dijo antes de marcharse.”

Cuando llegó al granero del hombre pobre comenzó a descargar trigo hasta llenarlo por completo. Había suficiente trigo para dos años, y el hombre y la mujer pobres se lo agradecieron. La mujer limpió la olla, le sacó brillo y la colgó junto al fuego.

A la mañana siguiente la olla dijo: “Me voy, me voy “, y salió por la puerta de choza. Tras atravesar colinas y valles llegó a la oficina del hambre rico, donde estaba él contando su dinero, y subió a la mesa de un salto.

Al ver la olla encima de la mesa, el hombre rico dijo: “Esta olla tiene el tamaño perfecto para guardar algunas monedas de oro”, y comenzó a echar en ella puñados de monedas hasta que se le acabaron.

Cuando la olla estuvo llena de oro, dijo: “Me voy, me voy”, y salió por la puerta de la oficina.

El hombre rico se levantó y gritó: “Espera un momento. ¿Adónde vas con mis monedas de oro?”.

“Me voy por colinas y valles a la choza de la pareja pobre, que vive camino arriba”, dijo antes de marcharse.
Cuando la olla llegó a la casa de la pareja pobre echó las monedas de oro sobre la mesa. Había suficiente oro para que jamás volvieran a ser pobres, y se la agradecieron. La mujer pobre limpió la olla, le sacó brillo y la colgó junto al fuego.

A la mañana siguiente la olla dijo: “ Me voy, me voy”, y salió por la puerta de la choza del hombre que había sido rico. Cuando el hombre la vio dijo vociferando: “¡ Malvada olla! Has robado el pudín favorito de mi mujer, el trigo de mi granero y el oro que estaba contando”.

“Me voy, me voy”, dijo la olla.

“Por mí como si te vas al Polo Norte”, dijo el hombre que había sido rico. Y con estas palabras la olla le agarró del brazo y se puso en marcha hacia el Polo Norte.

Si ves alguna vez una olla caminando, es probable que se dirija al Polo Norte. Y recuerda que el hombre que va con ella fue rico hace tiempo.

Comparte lo que tienes con la gente menos afortunada.

O VELLO QUE FOI A ESCOLA

Había unha vez un vello que tiña catro fillos. Un día decidíu compartir os seus bens entre os catro e pasar o resto da súa vida na casa deles.
De primeiras foise vivir co seu fillo maior, que nun comenzo tratouno con moito respeto. “É o meu deber darlle casa e comida o noso pai – dicía-. Debemos coidalo e vestilo”. Eso durou algún tempo, pero logo deu en tratalo mal.
O pobre do vello perdeu o lugar que se lle dera na casa nun comenzo. Andivo coa roupa sen remendar e ninguén se ocupou de lle dar comida.
Ata que se foi da casa, para convivir co seu segundo fillo, que tamén o trataba mal. Cada vez que o vello ía comer, o fillo e a nora poñían cara de ferreiro e rosmaban cousas de pouco respeto. A nora comentaba: “¡ vivíamos mal denantes de que el cegase, e agora temos que apandar con esta nova canga! “
Tan incomodo se achaba o vello, que un día liscou para a casa do terceiro fillo. Pero alí ocorreulle outro tanto. E na derradeira foi vivir co máis novo. Outro fracaso. Ese fillo non era mellor que os demais. O home non sabía que facer. Cada un dos fillos quería que os outros mantivesen ò pai e releaban moito sobre este lerio apoñendo cada quen as súas razóns. Un, que tiña un montón de fillos; outro, que a súa muller era mala de aturar; este que a casa era moi cativa; aquel, que gañaba moi pouco...
-vaite para onde queiras- dixéronlle os catro-, sempre que non sexa vivir conozco.
O vello chorou diante dos seus fillos e non soubo a onde acudir. Pero non insistíu, e deixou que eles fixesen o que lles petase.
Os catro fillos reuníronse entón para decidir que facer. E acabáronse poniendo de acordo. Argallaron que o pai fose vivir a unha escola.
-Alì atoparás un banco para sentarte e poderás comer algo- dixeronlle.
Pero o vello non queria ir à escola e botouse achorar outra vez.
-Estoume quedando cego- dìxolles-. Apenas podo ver a luz que me arrodea. ¿ Como podería ver as letriñas dos libros? Amais deseo, nunca deprendín a ler. ¿ Como vou deprender agora? ¿ Como se lle vai ensinar a ler a u vello que esta a piques de morrer?
Pero de pouco lle valeron os rogos. Os fillos decidiran que iría á escola e alí o mandaron.
Cando pasou polo bosque camiño da aldea onde estaba a escola, o vello atopouse cun nobre que viaxaba no seu carruaxe, e arredouse con respeto para deixalo pasar. Pero o nobre detivo o cabalo, saíu do coche e preguntoulle ò vello para onde ía.
-Vou á escola.
-¿ À escola, meu vello? A xulgar pola túa idade, deberías máis ben estar descansando na túa casa.
Entón o vello contoulle as súas desgracias e contratempos, mentres as bagoas lle escorregaban polas fazulas. Cando o nobre escoitou a historia, sentíu moita magoa. Cavilou un chisco, e logo dixo:
- Ben o certo é que a escola non é o mellor lugar para ti. Non chores máis, acouga; eu che axudarei.
Sacou logo un bulso de seda do seu peto; un deses bulsos que solo leva a xente moi rica. Encheuno de algo, atouno e puso nun feituco estuchiño de madeira que tiña no coche.
-Leva esto à casa - dixolle- e còntalles os teus fillos aquello e aquello outro- ou sexa, o nobre explicoulle o vello o que tiña que dicir-. O vello agradeceu moito o concello e voltou por onde viñera. Cando os fillos lle viron a caixiña debaixo do brazo, deron en cavilar, porque cando un leva unha caixa así quer dicir que algo hai dentro dela. Os fillos e as noras non protestaron esta vez. Sairon o seu encontro para ver que tesouro atopará no bosque. Algúns ata lle dixeron: “ Ven, pai, descansa; debes de estar canso”. E tamén: “Come, pai, debes de ter fame”.
O vello contoulles o que acontecera, da maneira que dixo o nobre que o fixese. Foi asì:
-Hai moito, moito tempo, cando era xove e podía traballar, puiden xuntar algúns cartos. Pensei en gardalos para máis adiante, pero un nunca sabe o que pode ocorrer. De xeito que fun ò bosque e fixen un burato debaixo dun carballo onde acochei o meu pequeño tesouro. Despois non preocupei máis dese diñeiro, dado que tiña uns fillos tan bos. Pero cando me mandasteis á escola pasei pola beira do carballo onde gardara os meus aforros e entón díxenme: “ Imos ver se esas moedas de prata agardaron todo este tempo polo seu dono”. Así que me puxen a cavar, dei con elas e tróuxenas a casa. Gardareinas ata que morra. Pero despois da miña morte aquel que me queira máis, o que me trate con máis agarimo, levará a maior parte do que hai nesta caixa. De modo que agardo que me recibades de volta, fillos meus. ¿Cal de vos sera bo con voso pai... por diñeiro?
Entón os catros irmáns trataron de aparecer moi bondadosos co vello. un dixo: “ ¡ Ven morar conozco!” O outro exclamou: “ Non,¡ conozco!” O outro: “ Na miña casa!” E o derradeiro: “¡ Non señores, na miña!” De xeito, pois, que todos o vestiron e o mantiveron e mostráronse serviciais e cariñentos.
Asì foi ata que o vello morreu.
Entòn os fillos dispuxéronse a abrir a caixa, releando sobre cal deles tiña sido máis bo e merecía por tanto a maior parte do seu contido. Ò non poñerense de acordo chamaron algùns vecinos para que xulgasen. Por fin chegouse a conclusión de que os catro se comportaran con igual bondade dende que o vello voltou do bosque, e por elo debía compartillarse a herdanza en catro partes iguais.
Os fillos enterraron ó seu pai con moita cerimonia e ofreceron un gran banquete a todos os que tiñan estado no funeral. Houbo esmolas, responsos, donacións. E cando todo acabou buliron a abrir o estuche, no que se atopaba o bulso de seda que trengueleou cando o sacaron. Abrírono e baldeiraron o seu contido sobor da mesa . O que viron, non podian crelo os seus ollos. ¡ Eran soamente anaquiños de vidro!
Cando os irmáns se decataron de que o tesouro non valía un ichavo encabuxaronse moito. E os vecinos botaronse a rir con fortes gargalladas.
- ¡ Velaí o que gañaste por terdes mandado o voso indefenso e vello pai á escola!- dixeron-. Ben que tardou en deprender. Pero cando ó fin deprendeu algo, ¡ deprendeuno moi ben!

POR QUÉ LOS COCODRILOS NO COMEN GALLINAS

Un día en que la gallina salió a dar un paseo decidió ir hasta el río. Le gustaba por la orilla del río porque allí siempre encontraba algo para comer.

Mientras la gallina paseaba y picoteaba, el cocodrilo la vio acercarse y pensó: “Ñam, ñam, esa gallinita tiene que estar muy sabrosa”. Sacó la cabeza del agua, abrió su enorme boca y estuvo a punto de atrapar a la gallina, que estaba persiguiendo a una libélula y no miraba por donde iba.

La gallina dio un salto hacia atrás y dijo: “No me comas, hermano cocodrilo. ¿No me reconoces? Soy tu hermana la gallina”. No parecía tenerle miedo.

El cocodrilo se quedó tan sorprendido que cerró su enorme boca con un sonoro chasquido y pensó: “¿Por qué me ha llamado hermano? Yo soy un cocodrilo, y los cocodrilos no son hermanos de las gallinas. Me ha engañado”.

Pero ya era demasiado tarde para atrapar a la gallina, que siguió paseando y picoteando por la orilla del río. Así que el cocodrilo volvió a meter la cabeza en el agua y se alejó nadando.

Al día siguiente la gallina volvió a pasear y picotear por la orilla del río mientras perseguía a un chinche de agua. Justo entonces apareció en la orilla una cabeza enorme con la boca bien abierta. Cuando estaba a punto de cerrarse sobre ella, la gallina dijo: “No me comas, hermano cocodrilo. ¿No me reconoces? Soy tu hermana la gallina”. Y le hizo frente sin mostrar ningún temor.

¡ZAS! El cocodrilo cerró su enorme boca muy sorprendido. Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, la gallina se había ido corriendo por la orilla del río. Entonces pensó: “Me ha vuelto a engañar. Mis hermanos son los cocodrilos, no las gallinas”.

Juró que la atraparía al día siguiente. Mientras se alejaba nadando pensó: “Las gallinas no están emparentadas con los cocodrilos. Las gallinas viven en la tierra, y los cocodrilos en el agua. Me la zamparé mañana para desayunar”.

El cocodrilo estaba tan furioso por haber dejado escapar a la gallina que dio un golpe en el agua con la cola y abrió y cerró la boca con un sonoro chasquido. Armó tanto escándalo que el lagarto, que estaba tomando el sol en una roca, le preguntó: “¿ Por qué estás tan enfadado? ¿Qué te pasa?”.

“Es esa gallina que pasea y picotea por la orilla del río. Dice que soy su hermano. Incluso me llama hermano cocodrilo. Pero es imposible que sea mi hermana”, dijo el cocodrilo.

El lagarto, que era muy sabio, dijo:”Es verdad cocodrilo. La gallina y tú sois miembros de la misma familia”

“No puede ser”, dijo el cocodrilo.”Yo vivo en el agua, y ella vive en la tierra”.

El lagarto insistió:” Te digo que es verdad. Las tortugas ponen huevos como los patos y los pájaros. Los cocodrilos y los lagartos ponen huevos. Y las gallinas también ponen huevos. Todos los animales que ponen huevos son hermanos”.

“¿Todos? ¿Hasta la gallina?”, preguntó el cocodrilo una vez más.

“Hasta la gallina”, le aseguró el lagarto.

Al día siguiente la gallina volvió a pasear y picotear por la orilla del río. Entonces el cocodrilo sacó su enorme cabeza del agua y la preguntó: “¿Por qué no me tienes miedo? Podría cerrar la boca y comerte de un bocado.

“No te tengo miedo porque eres mi hermano”, cloqueó la gallina. Y se quedó allí tranquila. Luego miró a los ojos al cocodrilo y le dijo: “Soy tu hermana, y tú no comerías a tu hermana”. Al cocodrilo se le cayó una lágrima de cocodrilo y volvió a meterse en el agua.

Ahora, cuando la gallina pasea y picotea por la orilla del río, el cocodrilo piensa: “Ahí va mi hermana”. Y la gallina le saluda y dice: “Ahí va mi hermano”.


No somos tan diferentes de los demás como pensamos.

POR QUÉ EL BURRO VIVE CON EL HOMBRE

ÉRASE UNA VEZ un burro llamado Benito que vivía en un lugar en el que se sentía muy seguro. Benito era feliz allí, pero a veces se quejaba: “Ji-jo, ji-jo. Esto es tan seco que sólo hay artemisas y cactus para comer. Me gustaría vivir en un sitio con hierba para pastar y agua fresca para beber”.

Pero Benito seguía en la meseta porque allí estaba a salvo del león de la montaña, que no iba a las zonas donde había tan poco agua.

Un día, cansado de comer cactus y artemisas y de temer al león de la montaña, Benito dijo: “ Si me encuentro alguna vez con el león de la montaña no le tendré miedo. Le daré la espalda y le cocearé por toda la meseta con mis patas traseras”. Y tras pronunciar esas palabras Benito comenzó a correr y dio coces a todos los matorrales que encontró a su paso.

Cuando Benito terminó de dar coces oyó algo detrás de él, y al darse la vuelta vio al coyote.

“Buenos días, Benito”, dijo el coyote. “Me alegro de ver que te diviertes en la meseta.”

“¿Por qué me acechas?”, preguntó Benito. “Pensaba que eras el león de la montaña. Deberías respetar a los demás en vez de ir por ahí acechando y asustando”.

“¿No te alegras de ver a tu querido amigo?”, dijo el coyote.

“Te conozco bien, coyote. ¿Qué quieres de mí?”, le preguntó Benito.

“Amigo Benito, precisamente esta mañana me ha preguntado por ti el león de montaña. “¿Sabes por dónde anda Benito? He estado buscándolo”, me ha dicho. Yo he pensado que sólo podías estar en dos lugares. Puesto que no estabas allí, tenías que estar aquí, en la meseta. Así que he decidido venir para hacerte una visita. Y aquí estás.”

“¿Le has dicho al león de la montaña dónde ibas a buscarme?”, preguntó Benito.



“No”, dijo el coyote, “pero quiere que le diga dónde estás”.

“Eres un granuja, coyote. Piensas decirle al león dónde estoy, y por eso mereces que te cocee.”

Cuando Benito se dio la vuelta para cocearle, dijo el coyote: “Te equivocas. Amigo. No le he dicho dónde estabas. He venido para decirte que el león anda buscándote, no para decirle dónde puede encontrarte”.

“No sé si creerte, coyote. No me fío de ti”, dijo Benito.

“¿Te gustaría vivir en un lugar donde estais a salvo del león de la montaña?”, preguntó el coyote. “¿En un lugar lleno de pastos verdes y abundante agua para beber?”

“¿Dónde está ese lugar?”, preguntó Benito.

“ Al pie de esas colinas que están debajo de la meseta”, respondió señalando los pastos que se vecina a lo lejos. “ Allí vive el hombre, la única criatura a la que teme el león de la montaña. Allí estarás seguro”, dijo el coyote con malicia.

“He oído hablar del hombre”, dijo Benito. “Los animales que viven en su cercado tienen que trabajar para él. Les da hierba y agua fresca en abundancia, pero no son libres. No pueden ir donde quieren.”

“Pero en el cercado están protegidos, porque allí el león no puede comérselos”, dijo el coyote.

“¿Por qué te preocupa lo que me pueda pasar?”, preguntó Benito.

“Bueno, hay otra cosa. Las gallinas que están en el cercado del hombre se pasan el día cloqueando y chillando y dicen que quieren ser libres. Incluso escarban agujeros en la tierra para intentar escapar. Me gustaría ayudarlas a salir de allí. Lo he intentado muchas veces, pero el hombre no las deja marcharse”, dijo el coyote a punto de llorar.

“Amigo Benito, yo puedo llevarte ala tierra del hombre, donde estarás siempre a salvo del león de la montaña. Una tierra donde hay hierba y agua fresca en abundancia. Cuando lleguemos allí podrías hacer un agujero con tus fuertes patas traseras para que pasen por él las gallinas y yo pueda liberarlas. Yo te ayudo a ti y tú me ayudas a liberar a esas sabrosas... quiero decir a esas pobres gallinas que quieren ser libres.”

Benito miró al coyote, que le estaba mirando con ojos suplicantes. “Coyote, yo soy un burro honrado. Lo único que quieres es que te ayude a robar esas gallinas al hombre”.

“¡Así e como me pagas, sospechando que quiero robar las gallinas! Lo que te mereces es que te coma el león de la montaña”, respondió el coyote.

“¡Fuera de mi meseta, coyote!”, dijo Benito. Luego se dio la vuelta y comenzó a dar coces al coyote con sus patas traseras. Lo coceó con tanta fuerza que salió volando por los aires y aterrizó f
junto a unos cactus. Mientras el coyote se levantaba y salía corriendo gritó a Benito: “Ahora le diré al león de la montaña dónde puede encontrarte”.

“Ji-jo, ji-jo”, se rió Benito mientras iba trotando hacia la tierra del hombre. Después de saltar la cerca le preguntó al hombre si podía quedarse allí, donde había hierba y agua fresca en abundancia y no podía entrar el león de la montaña.


El hombre accedió, pero le dijo que tendría que trabajar para ganarse el sustento. Desde entonces el burro trabaja para el hombre a cambio de hierba y agua fresca. Y cada vez que un coyote se acerca a las gallinas comienza a rebuznar y a dar coces con sus patas traseras.


NO TEFÍES DE LOS EMBAUCADORES QUE TE PROMETAN UNA VIDA FÁCIL

LOS TRES BUENOS AMIGOS

La historia que os voy a contar es un gran ejemplo de la verdadera amistad. Leed con mucha atención y, al final pensad en ella.
Don Pato, don Ratón y don Conejo eran tres buenos amigos. Vivían felices y contentos. Solían verse con mucha frecuencia. Una tarde cualquiera, los tres decidieron salir al campo en busca del diario sustento.
Don Pato se encontró con un huerto lleno de tomates.¡ Hum! ¡ Que dulces y sabrosos estaban! Comió uno y arrancó dos mas para sus buenos amigos. Finalmente, antes de retirarse a descansar, dejo un tomate en la puerta de cada uno de ellos.
Don Ratón se topó con un queso exquisito. Comió un buen trozo y reservó dos mas para sus respectivos amigos. Antes de irse a casa, dejo su regalo en la puerta de don Pato y don Conejo.
El tercero de los amigos, don Conejo, se encontró con un buen montón de zanahorias. Dio buena cuenta de una de ellas y apartó otras dos, acordándose de don Pato y don Ratón. Como habían hecho sus amigos, ignorante de todo, dejo una zanahoria junto a la puerta de ambos.
A la mañana siguiente, al abrir sus respectivas puertas, los tres se encontraron con la comida completa y bien puesta. Decidieron, llenos de alegría, ir a darse el banquete junto al río. ¡Que casualidad! Los tres se presentan en el mismo sitio, a idéntica hora y con semejante comida. Naturalmente, todos se dan cuenta de lo sucedido y, muy felices, se disponen a celebrarlo todo por lo alto. ¡Eso es la autentica amistad, queridos lectores!