domingo, 1 de noviembre de 2009

EL PATO PATARECO

JACK el PEREZOSO

Érase una vez una mujer muy pobre que vivía en una pequeña choza. El poco dinero que tenía se lo ganaba tejiendo. Tejía a todas horas hasta que anochecía. Pero aunque trabajaba mucho seguía teniendo muy poco dinero.

La mujer tenía un hijo llamado Jack, que vivía con ella en la choza. Jack era tan vago que se pasaba el día sentado junto al fuego. Nunca hacía nada. No tenía trabajo. Todo el mundo le llamaba “Jack el perezoso”.

La mujer comenzó a enfadarse con Jack, porque siempre estaba sentado junto al fuego sin trabajar para comprar comida ni hacer nada útil .

Un día, cuando ya no pudo aguantar más, le dijo: “ Jack, tienes que trabajar. Tienes que ayudar a pagar la comida. Si no vas a trabajar tendrás que marcharte de casa y buscarte la vida”.

Al día siguiente Jack salió de casa y encontró trabajo en una granja. Cuando terminó la jornada le dieron un céntimo. Como nunca había trabajado, jamás había tenido dinero, y no sabía que hacer con él.

Para volver a casa tenía que cruzar un puente. En el puente se resbaló y dejó caer el céntimo, que cayó al río y desapareció para siempre. Cuando llegó a casa y le contó a su madre lo que había ocurrido, ella le dijo: “ Qué tonto eres. Deberías haberlo guardado en el bolsillo”.

“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.

Al día siguiente Jack encontró otro trabajo, esta vez en una lechería. Cuando terminó la jornada el lechero le dio a Jack una jara de leche. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre, y se metió el cuello de la botella en el bolsillo. Cuando llegó a casa se había caído toda la leche.

“Que tonto eres”, dijo su madre. “Deberías haber traído
la jarra de leche sobre la cabeza”.

“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.

Al día siguiente Jack encontró trabajo en una tienda de quesos. Cuando terminó la jornada la dueña de la tienda le pagó con un gran queso redondo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre, y se puso el queso sobre la cabeza. Pero hacía tanto calor que para cuando llegó a casa el queso se había derretido y le caía por la cara.

Cuando su madre lo vio dijo:” Que tonto eres. Deberías haber traído el queso en las manos”.

“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.

Al día siguiente Jack trabajó en una panadería, y cuando terminó la jornada el panadero le dio un gato viejo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre e intentó agarrarlo con las manos. Pero el gato le arañó y se le escapó. Cuando llegó a casa le contó a su madre lo que había ocurrido con el gato.

Ella dijo:” Qué tonto eres. Deberías haberlo traído atado con una cuerda”.

Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.

Al día siguiente Jack encontró trabajo en una carnicería. Se pasó todo el día cortando y empaquetando carne, y cuando terminó la jornada el carnicero la dio un jamón. Jack lo cogió, lo ató con una cuerda y lo llevó arrastras a casa. Pero cuando llegó estaba estropeado y cubierto de tierra.
No podían comer aquel jamón que Jack había arrastrado por el suelo. “Qué tonto eres. Deberías haberlo traído en el hombro”, le gritó su madre.

Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.

Al día siguiente, que era sábado, Jack trabajó en una cuadra con burros y caballos. Trabajó tanto que al terminar la jornada le dieron un burro. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre e intentó cargar el burro a hombros. Pesaba mucho, pero después de varios intentos lo consiguió y comenzó a caminar despacio con el burro sobre los hombros.

Por el camino pasó por delante de una casa muy bonita en la que vivía un hombre rico con su hija, que estaba muy enferma. No se había reído nunca. Los médicos le habían dicho al padre que sólo se curaría si se reía. Lo había intentado mucha gente, pero nadie había conseguido hacerla reír ni sonreír.

La joven estaba mirando por la ventana cuando pasó Jack, y vio que tenía problemas para sujetar al burro sobre los hombros. Al burro no la hacía ninguna gracia que lo llevaran boca abajo, y comenzó a dar coces y a rebuznar con todas sus fuerzas.

Era lo más divertido que había visto en su vida. Se echó a reír a carcajadas, y la risa hizo que se curara inmediatamente.

Su padre se alegró tanto que le regaló a Jack mucho dinero y una casa muy grande. Ahora Jack vive en esa casa con su madre, y sigue haciendo reír a la bella joven.

Aunque cometas muchos errores, a veces las cosas salen bien.

LA OLLA PARLANTE

Érase una vez una pareja muy pobre que no tenía nada para comer y sólo poseía una vaca flaca. Tenían tanta hambre que decidieron vender la vaca para comprar algo de comida. Así que el hombre ató una cuerda alrededor del cuello de la vaca y se encaminó hacia el mercado.

Poco después se encontró por el camino con un desconocido que le preguntó: “Buen hombre, ¿vas al mercado a vender tu hermosa vaca?”.

“Sí”, respondió el hombre pobre, aunque él no creía que su vaca fuera hermosa.

“¿Quieres comprarme la vaca?”, le preguntó pensando que quizá podría ahorrarse la caminata hasta el mercado.

“No tengo dinero, pero podemos hacer un intercambio”, dijo el desconocido. “¿Quieres cambiar tu vaca por esta olla mágica?”

El hombre miró la olla, que era bastante corriente. Era una olla grande de hierro como muchas otras que había visto. “No, tengo que vender la vaca. Necesito dinero para comprar comida”, respondió.

“Si me llevas contigo no te arrepentirás”, dijo la olla.

El hombre se quedó sorprendido al oír hablar a la olla y pensó que quizá por eso era mágica. Así que cambió su vaca por la olla y al regresar a casa la puso en el establo, donde estaba antes la vaca.

Cuando entró en casa, su mujer le preguntó: “¿ Cuánto dinero te han dado por la vaca? ¿Has comprado comida?”.

“No, pero he conseguido algo extraordinario”, contestó, y llevó a su mujer al establo para que viera la olla.

“¿Cómo se te ha ocurrido cambiar nuestra hermosa vaca por una simple olla de hierro?


Cuando el hombre estaba a punto de explicárselo, dijo la olla: “Límpiame, sácame brillo y cuélgame junto al fuego”.

La mujer se quedó pasmada, y pensó que después de todo una olla parlante podría tener valor. Así que la limpio, le sacó brillo y la colgó junto al fuego.

A la mañana siguiente la olla dijo: “Me voy, me voy”, y salió por la puerta de la choza de la pareja pobre. Tras atravesar colinas y valles llegó a la casa del hombre rico. Entró en la cocina, donde estaba su mujer haciendo su pudín favorito, y subió a la mesa de un salto.

Al ver la olla sobre la mesa, la mujer rica dijo. “Esta olla tiene un tamaño perfecto para mi pudín favorito”. Troceó unas nueces y unas pasas y las añadió la pudín.

Cuando el pudín estuvo hecho dijo la olla: “Me voy ,me voy”, y salió por la puerta.

La mujer rica dijo: “¿Adónde vas con mi pudín favorito?”.

“Me voy por colinas y valles a la choza de la pareja pobre, que vive camino arriba”, dijo antes de marcharse.”

Cuando llegó al granero del hombre pobre comenzó a descargar trigo hasta llenarlo por completo. Había suficiente trigo para dos años, y el hombre y la mujer pobres se lo agradecieron. La mujer limpió la olla, le sacó brillo y la colgó junto al fuego.

A la mañana siguiente la olla dijo: “Me voy, me voy “, y salió por la puerta de choza. Tras atravesar colinas y valles llegó a la oficina del hambre rico, donde estaba él contando su dinero, y subió a la mesa de un salto.

Al ver la olla encima de la mesa, el hombre rico dijo: “Esta olla tiene el tamaño perfecto para guardar algunas monedas de oro”, y comenzó a echar en ella puñados de monedas hasta que se le acabaron.

Cuando la olla estuvo llena de oro, dijo: “Me voy, me voy”, y salió por la puerta de la oficina.

El hombre rico se levantó y gritó: “Espera un momento. ¿Adónde vas con mis monedas de oro?”.

“Me voy por colinas y valles a la choza de la pareja pobre, que vive camino arriba”, dijo antes de marcharse.
Cuando la olla llegó a la casa de la pareja pobre echó las monedas de oro sobre la mesa. Había suficiente oro para que jamás volvieran a ser pobres, y se la agradecieron. La mujer pobre limpió la olla, le sacó brillo y la colgó junto al fuego.

A la mañana siguiente la olla dijo: “ Me voy, me voy”, y salió por la puerta de la choza del hombre que había sido rico. Cuando el hombre la vio dijo vociferando: “¡ Malvada olla! Has robado el pudín favorito de mi mujer, el trigo de mi granero y el oro que estaba contando”.

“Me voy, me voy”, dijo la olla.

“Por mí como si te vas al Polo Norte”, dijo el hombre que había sido rico. Y con estas palabras la olla le agarró del brazo y se puso en marcha hacia el Polo Norte.

Si ves alguna vez una olla caminando, es probable que se dirija al Polo Norte. Y recuerda que el hombre que va con ella fue rico hace tiempo.

Comparte lo que tienes con la gente menos afortunada.

O VELLO QUE FOI A ESCOLA

Había unha vez un vello que tiña catro fillos. Un día decidíu compartir os seus bens entre os catro e pasar o resto da súa vida na casa deles.
De primeiras foise vivir co seu fillo maior, que nun comenzo tratouno con moito respeto. “É o meu deber darlle casa e comida o noso pai – dicía-. Debemos coidalo e vestilo”. Eso durou algún tempo, pero logo deu en tratalo mal.
O pobre do vello perdeu o lugar que se lle dera na casa nun comenzo. Andivo coa roupa sen remendar e ninguén se ocupou de lle dar comida.
Ata que se foi da casa, para convivir co seu segundo fillo, que tamén o trataba mal. Cada vez que o vello ía comer, o fillo e a nora poñían cara de ferreiro e rosmaban cousas de pouco respeto. A nora comentaba: “¡ vivíamos mal denantes de que el cegase, e agora temos que apandar con esta nova canga! “
Tan incomodo se achaba o vello, que un día liscou para a casa do terceiro fillo. Pero alí ocorreulle outro tanto. E na derradeira foi vivir co máis novo. Outro fracaso. Ese fillo non era mellor que os demais. O home non sabía que facer. Cada un dos fillos quería que os outros mantivesen ò pai e releaban moito sobre este lerio apoñendo cada quen as súas razóns. Un, que tiña un montón de fillos; outro, que a súa muller era mala de aturar; este que a casa era moi cativa; aquel, que gañaba moi pouco...
-vaite para onde queiras- dixéronlle os catro-, sempre que non sexa vivir conozco.
O vello chorou diante dos seus fillos e non soubo a onde acudir. Pero non insistíu, e deixou que eles fixesen o que lles petase.
Os catro fillos reuníronse entón para decidir que facer. E acabáronse poniendo de acordo. Argallaron que o pai fose vivir a unha escola.
-Alì atoparás un banco para sentarte e poderás comer algo- dixeronlle.
Pero o vello non queria ir à escola e botouse achorar outra vez.
-Estoume quedando cego- dìxolles-. Apenas podo ver a luz que me arrodea. ¿ Como podería ver as letriñas dos libros? Amais deseo, nunca deprendín a ler. ¿ Como vou deprender agora? ¿ Como se lle vai ensinar a ler a u vello que esta a piques de morrer?
Pero de pouco lle valeron os rogos. Os fillos decidiran que iría á escola e alí o mandaron.
Cando pasou polo bosque camiño da aldea onde estaba a escola, o vello atopouse cun nobre que viaxaba no seu carruaxe, e arredouse con respeto para deixalo pasar. Pero o nobre detivo o cabalo, saíu do coche e preguntoulle ò vello para onde ía.
-Vou á escola.
-¿ À escola, meu vello? A xulgar pola túa idade, deberías máis ben estar descansando na túa casa.
Entón o vello contoulle as súas desgracias e contratempos, mentres as bagoas lle escorregaban polas fazulas. Cando o nobre escoitou a historia, sentíu moita magoa. Cavilou un chisco, e logo dixo:
- Ben o certo é que a escola non é o mellor lugar para ti. Non chores máis, acouga; eu che axudarei.
Sacou logo un bulso de seda do seu peto; un deses bulsos que solo leva a xente moi rica. Encheuno de algo, atouno e puso nun feituco estuchiño de madeira que tiña no coche.
-Leva esto à casa - dixolle- e còntalles os teus fillos aquello e aquello outro- ou sexa, o nobre explicoulle o vello o que tiña que dicir-. O vello agradeceu moito o concello e voltou por onde viñera. Cando os fillos lle viron a caixiña debaixo do brazo, deron en cavilar, porque cando un leva unha caixa así quer dicir que algo hai dentro dela. Os fillos e as noras non protestaron esta vez. Sairon o seu encontro para ver que tesouro atopará no bosque. Algúns ata lle dixeron: “ Ven, pai, descansa; debes de estar canso”. E tamén: “Come, pai, debes de ter fame”.
O vello contoulles o que acontecera, da maneira que dixo o nobre que o fixese. Foi asì:
-Hai moito, moito tempo, cando era xove e podía traballar, puiden xuntar algúns cartos. Pensei en gardalos para máis adiante, pero un nunca sabe o que pode ocorrer. De xeito que fun ò bosque e fixen un burato debaixo dun carballo onde acochei o meu pequeño tesouro. Despois non preocupei máis dese diñeiro, dado que tiña uns fillos tan bos. Pero cando me mandasteis á escola pasei pola beira do carballo onde gardara os meus aforros e entón díxenme: “ Imos ver se esas moedas de prata agardaron todo este tempo polo seu dono”. Así que me puxen a cavar, dei con elas e tróuxenas a casa. Gardareinas ata que morra. Pero despois da miña morte aquel que me queira máis, o que me trate con máis agarimo, levará a maior parte do que hai nesta caixa. De modo que agardo que me recibades de volta, fillos meus. ¿Cal de vos sera bo con voso pai... por diñeiro?
Entón os catros irmáns trataron de aparecer moi bondadosos co vello. un dixo: “ ¡ Ven morar conozco!” O outro exclamou: “ Non,¡ conozco!” O outro: “ Na miña casa!” E o derradeiro: “¡ Non señores, na miña!” De xeito, pois, que todos o vestiron e o mantiveron e mostráronse serviciais e cariñentos.
Asì foi ata que o vello morreu.
Entòn os fillos dispuxéronse a abrir a caixa, releando sobre cal deles tiña sido máis bo e merecía por tanto a maior parte do seu contido. Ò non poñerense de acordo chamaron algùns vecinos para que xulgasen. Por fin chegouse a conclusión de que os catro se comportaran con igual bondade dende que o vello voltou do bosque, e por elo debía compartillarse a herdanza en catro partes iguais.
Os fillos enterraron ó seu pai con moita cerimonia e ofreceron un gran banquete a todos os que tiñan estado no funeral. Houbo esmolas, responsos, donacións. E cando todo acabou buliron a abrir o estuche, no que se atopaba o bulso de seda que trengueleou cando o sacaron. Abrírono e baldeiraron o seu contido sobor da mesa . O que viron, non podian crelo os seus ollos. ¡ Eran soamente anaquiños de vidro!
Cando os irmáns se decataron de que o tesouro non valía un ichavo encabuxaronse moito. E os vecinos botaronse a rir con fortes gargalladas.
- ¡ Velaí o que gañaste por terdes mandado o voso indefenso e vello pai á escola!- dixeron-. Ben que tardou en deprender. Pero cando ó fin deprendeu algo, ¡ deprendeuno moi ben!

POR QUÉ LOS COCODRILOS NO COMEN GALLINAS

Un día en que la gallina salió a dar un paseo decidió ir hasta el río. Le gustaba por la orilla del río porque allí siempre encontraba algo para comer.

Mientras la gallina paseaba y picoteaba, el cocodrilo la vio acercarse y pensó: “Ñam, ñam, esa gallinita tiene que estar muy sabrosa”. Sacó la cabeza del agua, abrió su enorme boca y estuvo a punto de atrapar a la gallina, que estaba persiguiendo a una libélula y no miraba por donde iba.

La gallina dio un salto hacia atrás y dijo: “No me comas, hermano cocodrilo. ¿No me reconoces? Soy tu hermana la gallina”. No parecía tenerle miedo.

El cocodrilo se quedó tan sorprendido que cerró su enorme boca con un sonoro chasquido y pensó: “¿Por qué me ha llamado hermano? Yo soy un cocodrilo, y los cocodrilos no son hermanos de las gallinas. Me ha engañado”.

Pero ya era demasiado tarde para atrapar a la gallina, que siguió paseando y picoteando por la orilla del río. Así que el cocodrilo volvió a meter la cabeza en el agua y se alejó nadando.

Al día siguiente la gallina volvió a pasear y picotear por la orilla del río mientras perseguía a un chinche de agua. Justo entonces apareció en la orilla una cabeza enorme con la boca bien abierta. Cuando estaba a punto de cerrarse sobre ella, la gallina dijo: “No me comas, hermano cocodrilo. ¿No me reconoces? Soy tu hermana la gallina”. Y le hizo frente sin mostrar ningún temor.

¡ZAS! El cocodrilo cerró su enorme boca muy sorprendido. Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, la gallina se había ido corriendo por la orilla del río. Entonces pensó: “Me ha vuelto a engañar. Mis hermanos son los cocodrilos, no las gallinas”.

Juró que la atraparía al día siguiente. Mientras se alejaba nadando pensó: “Las gallinas no están emparentadas con los cocodrilos. Las gallinas viven en la tierra, y los cocodrilos en el agua. Me la zamparé mañana para desayunar”.

El cocodrilo estaba tan furioso por haber dejado escapar a la gallina que dio un golpe en el agua con la cola y abrió y cerró la boca con un sonoro chasquido. Armó tanto escándalo que el lagarto, que estaba tomando el sol en una roca, le preguntó: “¿ Por qué estás tan enfadado? ¿Qué te pasa?”.

“Es esa gallina que pasea y picotea por la orilla del río. Dice que soy su hermano. Incluso me llama hermano cocodrilo. Pero es imposible que sea mi hermana”, dijo el cocodrilo.

El lagarto, que era muy sabio, dijo:”Es verdad cocodrilo. La gallina y tú sois miembros de la misma familia”

“No puede ser”, dijo el cocodrilo.”Yo vivo en el agua, y ella vive en la tierra”.

El lagarto insistió:” Te digo que es verdad. Las tortugas ponen huevos como los patos y los pájaros. Los cocodrilos y los lagartos ponen huevos. Y las gallinas también ponen huevos. Todos los animales que ponen huevos son hermanos”.

“¿Todos? ¿Hasta la gallina?”, preguntó el cocodrilo una vez más.

“Hasta la gallina”, le aseguró el lagarto.

Al día siguiente la gallina volvió a pasear y picotear por la orilla del río. Entonces el cocodrilo sacó su enorme cabeza del agua y la preguntó: “¿Por qué no me tienes miedo? Podría cerrar la boca y comerte de un bocado.

“No te tengo miedo porque eres mi hermano”, cloqueó la gallina. Y se quedó allí tranquila. Luego miró a los ojos al cocodrilo y le dijo: “Soy tu hermana, y tú no comerías a tu hermana”. Al cocodrilo se le cayó una lágrima de cocodrilo y volvió a meterse en el agua.

Ahora, cuando la gallina pasea y picotea por la orilla del río, el cocodrilo piensa: “Ahí va mi hermana”. Y la gallina le saluda y dice: “Ahí va mi hermano”.


No somos tan diferentes de los demás como pensamos.

POR QUÉ EL BURRO VIVE CON EL HOMBRE

ÉRASE UNA VEZ un burro llamado Benito que vivía en un lugar en el que se sentía muy seguro. Benito era feliz allí, pero a veces se quejaba: “Ji-jo, ji-jo. Esto es tan seco que sólo hay artemisas y cactus para comer. Me gustaría vivir en un sitio con hierba para pastar y agua fresca para beber”.

Pero Benito seguía en la meseta porque allí estaba a salvo del león de la montaña, que no iba a las zonas donde había tan poco agua.

Un día, cansado de comer cactus y artemisas y de temer al león de la montaña, Benito dijo: “ Si me encuentro alguna vez con el león de la montaña no le tendré miedo. Le daré la espalda y le cocearé por toda la meseta con mis patas traseras”. Y tras pronunciar esas palabras Benito comenzó a correr y dio coces a todos los matorrales que encontró a su paso.

Cuando Benito terminó de dar coces oyó algo detrás de él, y al darse la vuelta vio al coyote.

“Buenos días, Benito”, dijo el coyote. “Me alegro de ver que te diviertes en la meseta.”

“¿Por qué me acechas?”, preguntó Benito. “Pensaba que eras el león de la montaña. Deberías respetar a los demás en vez de ir por ahí acechando y asustando”.

“¿No te alegras de ver a tu querido amigo?”, dijo el coyote.

“Te conozco bien, coyote. ¿Qué quieres de mí?”, le preguntó Benito.

“Amigo Benito, precisamente esta mañana me ha preguntado por ti el león de montaña. “¿Sabes por dónde anda Benito? He estado buscándolo”, me ha dicho. Yo he pensado que sólo podías estar en dos lugares. Puesto que no estabas allí, tenías que estar aquí, en la meseta. Así que he decidido venir para hacerte una visita. Y aquí estás.”

“¿Le has dicho al león de la montaña dónde ibas a buscarme?”, preguntó Benito.



“No”, dijo el coyote, “pero quiere que le diga dónde estás”.

“Eres un granuja, coyote. Piensas decirle al león dónde estoy, y por eso mereces que te cocee.”

Cuando Benito se dio la vuelta para cocearle, dijo el coyote: “Te equivocas. Amigo. No le he dicho dónde estabas. He venido para decirte que el león anda buscándote, no para decirle dónde puede encontrarte”.

“No sé si creerte, coyote. No me fío de ti”, dijo Benito.

“¿Te gustaría vivir en un lugar donde estais a salvo del león de la montaña?”, preguntó el coyote. “¿En un lugar lleno de pastos verdes y abundante agua para beber?”

“¿Dónde está ese lugar?”, preguntó Benito.

“ Al pie de esas colinas que están debajo de la meseta”, respondió señalando los pastos que se vecina a lo lejos. “ Allí vive el hombre, la única criatura a la que teme el león de la montaña. Allí estarás seguro”, dijo el coyote con malicia.

“He oído hablar del hombre”, dijo Benito. “Los animales que viven en su cercado tienen que trabajar para él. Les da hierba y agua fresca en abundancia, pero no son libres. No pueden ir donde quieren.”

“Pero en el cercado están protegidos, porque allí el león no puede comérselos”, dijo el coyote.

“¿Por qué te preocupa lo que me pueda pasar?”, preguntó Benito.

“Bueno, hay otra cosa. Las gallinas que están en el cercado del hombre se pasan el día cloqueando y chillando y dicen que quieren ser libres. Incluso escarban agujeros en la tierra para intentar escapar. Me gustaría ayudarlas a salir de allí. Lo he intentado muchas veces, pero el hombre no las deja marcharse”, dijo el coyote a punto de llorar.

“Amigo Benito, yo puedo llevarte ala tierra del hombre, donde estarás siempre a salvo del león de la montaña. Una tierra donde hay hierba y agua fresca en abundancia. Cuando lleguemos allí podrías hacer un agujero con tus fuertes patas traseras para que pasen por él las gallinas y yo pueda liberarlas. Yo te ayudo a ti y tú me ayudas a liberar a esas sabrosas... quiero decir a esas pobres gallinas que quieren ser libres.”

Benito miró al coyote, que le estaba mirando con ojos suplicantes. “Coyote, yo soy un burro honrado. Lo único que quieres es que te ayude a robar esas gallinas al hombre”.

“¡Así e como me pagas, sospechando que quiero robar las gallinas! Lo que te mereces es que te coma el león de la montaña”, respondió el coyote.

“¡Fuera de mi meseta, coyote!”, dijo Benito. Luego se dio la vuelta y comenzó a dar coces al coyote con sus patas traseras. Lo coceó con tanta fuerza que salió volando por los aires y aterrizó f
junto a unos cactus. Mientras el coyote se levantaba y salía corriendo gritó a Benito: “Ahora le diré al león de la montaña dónde puede encontrarte”.

“Ji-jo, ji-jo”, se rió Benito mientras iba trotando hacia la tierra del hombre. Después de saltar la cerca le preguntó al hombre si podía quedarse allí, donde había hierba y agua fresca en abundancia y no podía entrar el león de la montaña.


El hombre accedió, pero le dijo que tendría que trabajar para ganarse el sustento. Desde entonces el burro trabaja para el hombre a cambio de hierba y agua fresca. Y cada vez que un coyote se acerca a las gallinas comienza a rebuznar y a dar coces con sus patas traseras.


NO TEFÍES DE LOS EMBAUCADORES QUE TE PROMETAN UNA VIDA FÁCIL

LOS TRES BUENOS AMIGOS

La historia que os voy a contar es un gran ejemplo de la verdadera amistad. Leed con mucha atención y, al final pensad en ella.
Don Pato, don Ratón y don Conejo eran tres buenos amigos. Vivían felices y contentos. Solían verse con mucha frecuencia. Una tarde cualquiera, los tres decidieron salir al campo en busca del diario sustento.
Don Pato se encontró con un huerto lleno de tomates.¡ Hum! ¡ Que dulces y sabrosos estaban! Comió uno y arrancó dos mas para sus buenos amigos. Finalmente, antes de retirarse a descansar, dejo un tomate en la puerta de cada uno de ellos.
Don Ratón se topó con un queso exquisito. Comió un buen trozo y reservó dos mas para sus respectivos amigos. Antes de irse a casa, dejo su regalo en la puerta de don Pato y don Conejo.
El tercero de los amigos, don Conejo, se encontró con un buen montón de zanahorias. Dio buena cuenta de una de ellas y apartó otras dos, acordándose de don Pato y don Ratón. Como habían hecho sus amigos, ignorante de todo, dejo una zanahoria junto a la puerta de ambos.
A la mañana siguiente, al abrir sus respectivas puertas, los tres se encontraron con la comida completa y bien puesta. Decidieron, llenos de alegría, ir a darse el banquete junto al río. ¡Que casualidad! Los tres se presentan en el mismo sitio, a idéntica hora y con semejante comida. Naturalmente, todos se dan cuenta de lo sucedido y, muy felices, se disponen a celebrarlo todo por lo alto. ¡Eso es la autentica amistad, queridos lectores!

LAS RANAS Y LOS TOROS

Una rana, posaba al borde de un estanque, contemplaba dos toros que se embestían mutuamente en un prado cercano.
-¡Mirad que riña tan tremenda!- dijo a una compañera-. ¿Qué sería de nosotras si animales tan corpulentos vieran por aquí?
-No os asustéis- respondió la otra. ¿Qué nos importa las riñas de esas bestias? Además, esos animales no son de nuestra clase.
-Cierto es- replicó la primera -, pero yo pienso que el vencedor buscará refugio por estos lugares y entonces podría aplastarnos con su enorme peso si no tomamos las debidas precauciones. Ya ves, amiga mía, que no sin razón me preocupa la contienda.


Cuando los poderosos riñen entre si los débiles sufren las consecuencias

LA TORTITA QUE ECHÓ A CORRER

1. Érase una vez una buena mujer que tenía siete hijos. Un día, viendo que los pobrecillos estaban hambrientos, les hizo una tortita con leche, azúcar y harina de la mejor.

-¡Qué hambre tengo, mamita querida! –dijo uno de los niños-. Dame un trozo de esta tortita que estás haciendo.

A continuación, otro niño se hizo eco del primero, y todos los demás repitieron lo mismo.

-¡Callad, callad! –dijo-. Todos tendréis vuestra parte.

2. Pero la tortita, que lo estaba oyendo , no tenía el menor deseo de ser comida; y cuando estuvo bien dorada, dio un brinco y apretó a correr, como corren las tortas, esto es, rodando igual que un aro. Así cruzó el umbral de la puerta y ascendió a toda la velocidad por la ladera de la colina.

-¡Deténte, tortita! – le gritó la madre, dándose prisa a correr detrás de ella, seguida de todos sus hijos.

Pero la tortita no le hizo ningún caso, y siguió rodando a todo correr.

3. Llevaba corrido mucho trecho, cuando la tortita se encontró con un hombre que llevaba una cesta.

-Buenos días, tortita –la saludó el hombre.
-Buenos días – dijo la tortita, correspondiendo al saludo.
-Querida tortita –continuó el hombre-, no corras tanto. Deténte y deja que te coma.
-¡No y no! – respondió la tortita-. Me he escapado de una madre y de sus hijos hambrientos, y también lo haré de ti.


4. Y la tortita siguió rodando, rodando, hasta que, al doblar el lindero de un oscuro bosque, se encontró con un cerdo que estaba por allí.

-Buenos días tortita, -dijo el cerdo.
-Lo mismo te digo – respondió la tortita, apretando a correr.
-¡Vaya, vaya! – dijo el cerdo-. ¿Por qué tanta prisa? Podemos ir en compañía a través del bosque, pues según dicen, resulta muy peligroso para quien viaja solo por él.

5. La tortita encontró excelente la idea y empezó el viaje en compañía del cerdito. En esto llegaron a la orilla de un río. El cerdito estaba tan gordo que flotaba muy bien en el agua, pero la tortita no podía aventurarse a meterse en la corriente, pues sería arrastrada o , cuando menos, quedaría deshecha.

-Súbete a mi hocico – dijo el cerdo- y te llevaré a la otra orilla.

6. A la tortita le pareció de perlas la idea, y dio un salto para ponerse donde le decía el cerdo; pero en aquel instante éste abrió la boca y la tortita le cayó encima de la lengua. Se oyó un gruñido de satisfacción, ¡gruuuñ!, y la tortita, rodando, rodando, fue a parar al estómago del cerdito.

LA RANA Y EL BUEY

Le pareció a una rana que lograría, gracias a su esfuerzo, hacerse tan enorme como su vecino: un buey grande y robusto que pastaba en el prado vecino.
Con este pensamiento, se puso a hacer tantos esfuerzos para inchar su delgado pellejo que creyendo haber conseguido bastante volumen, preguntó a sus hijos si había aumentado lo suficiente.
Estos le contestaron negativamente más ella, con el deseo de alcanzar una corpulencia colosal, continuó inchándose más y más.
Hecho esto preguntó luego a su prole sobre el resultado de su esfuerzo.
-Inútilmente lo intentáis, madre – respondieron sus hijos -, pues nunca alcanzaréis volumen igual la orgullosa rana hizo un nuevo y violento esfuerzo,pero reventó.


No pretenda ser buey quien nació rana

LA PLUMA DE GANSO

El rey de la selva, don León, siempre había tenido un carácter alegre y risueño, pero un extraño encantamiento torcía su boca y le hacía fruncir el ceño de vez en cuando. Siempre que sucedía esto, don León, irritado, se negaba a comer y se metía en la cama hasta el día siguiente.
Su más querida hijita estaba muy preocupada. Desde hacía años buscaba un remedio al hechizo que pesaba sobre su padre. Por fin, una noche de tormenta, fue a ver a una curandera y le contó el problema. Esta le dio una pluma de ganso y le dijo:
- Quien sepa utilizarla adecuadamente, librará a tu padre del encantamiento que sufre.
Muchos habitantes de la región probaron suerte, pero ninguno supo dar el uso conveniente a la pluma del ganso. Al cabo, tres hermanos de la familia Ardilla intentaron, a su vez, liberar al rey.
El hermano mayor era médico y usó la pluma de ganso como un estilete para hacer una sangría al rey. A su turno, el hermano mediano, que era poeta, escribió con la pluma hermosos poemas. Don León los escuchó, impertérrito, de labios de su autor, pero su encantamiento siguió en pie.
Por fin intervino el hermano pequeño, que no tenía otro oficio que ayudar a su madre en las faenas caseras. Lleno de ingenio, tomó la pluma e hizo cosquillas con ella al rey. Este prorrumpió en sonoras carcajadas y su cara recobró la franca sonrisa que siempre la había caracterizado. Don León había sido liberado del encantamiento y recompensó al joven como se merecía.

LA LIEBRE QUE TOCABA EL VIOLIN

En un bosque lleno de abetos vivía una liebre que sabía gozar con cualquier cosa. Todo lo revolvía y lo miraba de arriba abajo, llevada de su insaciable curiosidad.
Un día se encontró un viejo violín abandonado. En seguida le tomó gusto y comenzó a tocar con él. Aprendía con mucha rapidez, y se pasaba día y noche dale que te dale. Sus amigas y vecinas la querían mucho y soportaban las continuas serenatas con buen ánimo, pero el invierno se acercaba y era preciso comenzar a acumular provisiones.
-Vamos, deja de tocar y únete a nosotras; el invierno se acerca y luego no vas a tener qué comer – le decían todos.
Sin embargo , la liebre no les hacía caso y seguía tocando y tocando, intentando mejorar su estilo.
De pronto, llegó el invierno y nuestra liebre e encontró con que no tenía nada que comer. Tuvo que ir de casa en casa pidiendo alimento. Era muy querida por sus vecinos y recibió lo necesario para calmar su apetito. Ella, en justo pago, alegró el invierno de sus benefactores, dándoles hermosos conciertos con su violín. ¡Sabía tocarlo ya con tanta dulzura!

LA JOROBA DEL CAMELLO

Cuando el mundo era nuevo había muchas cosas que hacer, y todos los animales tenían que trabajar mucho. El camello vivía en el desierto de Howling porque no quería trabajar. Comía ramas, espinos y algodoncillos. Nunca trabajaba ni hablaba. Si alguien le dirigía la palabra lo único que decía era “¡Bah!”.

Un día pasó por el desierto el caballo con una silla en el lomo y un bocado en el hocico. Al ver al camello le dijo: “ Camello, ven con nosotros a trabajar. Hay muchas cosas que hacer”.

El camello miró al caballo y dijo: “Bah”. Entonces el caballo se marchó y le dijo al hombre que el camello no quería trabajar y que sólo decía “¡Bah!”.

Poco después llegó al desierto el perro con un palo en la boca. Miró al camello y le dijo: “Camello, ven con nosotros a trabajar. Hay muchas cosas que hacer”.

El camello miró al perro y dijo: “¡Bah!”.

El perro fue a decir al hombre que el camello no quería trabajar y que sólo decía “¡Bah!”.

Más tarde pasó por el desierto el buey con un yugo en el cuello. Al ver al camello le dijo: “Camello, ven a arar y a trabajar con nosotros. Hay muchas cosas que hacer”.

“¡Bah!”, dijo el camello.

El buey que a decir a hombre que el camello no quería trabajar y que sólo decía “¡Bah!”

Al final del día el hombre llamó la caballo, al perro y al buey y les dijo: “El mundo es nuevo y hay muchas cosas que hacer. Como el camello no quiere trabajar, vosotros tres tendréis que trabajar el doble par a compensarlo”

El caballo, el perro y el buey se enfadaron mucho y decidieron reunirse a la orilla del desierto para hablar de su problema. El camello pasó por donde estaban reunidos, dijo “¡Bah!” y se marchó.

Entonces llegó el genio de todos los desiertos en medio de una nube de polvo y se detuvo donde estaban reunido el caballo, el perro y el buey.

“Genio de todos los desiertos, ¿es justo que alguien no trabaje cuando el mundo es tan nuevo y hay tantas cosas que hacer?”, le preguntaron.

“Desde luego que no”, dijo el genio. “¿Quién se niega a trabajar?”

El caballo dijo: “ En medio del desierto de Howling hay un animal con el cuello y las patas muy largas que no trabaja nunca. Solo dice “¡Bah!”.

“Ése debe ser el camello”, dijo el genio.

“No quiere cargar nada”, dijo el perro.

“No quiere arar”, dijo el buey.

“¿Hace algo?”, preguntó el genio.

“Sólo dice”¡Bah!”, dijeron los tres.

El genio se elevó dando vueltas en el aire y se fue volando por el desierto. Cuando encontró al camello mirándose en un charco de agua le preguntó: “¿Es verdad que no quieres trabajar cuando el mundo es tan nuevo y hay tantas cosas que hacer?”

“¡Bah!”, dijo el camello sin dejar de mirarse en el charco.

“como tú te niegas a trabajar, el caballo, el perro y el buey tienen que trabajar el doble. Tienen que hacer todo el trabajo”, dijo el genio.

“¡Bah!”, dijo el camello.

“No deberías repetir esa palabra. Si la dices una vez más podrías arrepentirte”, dijo el genio.

El camello dijo: “¡Bah!”.

De repente el lomo del camello comenzó a hincharse y a hincharse hasta que se le formó una gran joroba.

“Esa joroba que tienes en el lomo te ha salido por no trabajar. Pero ahora vas a trabajar”, dijo el genio.

“¿Cómo?”, preguntó el camello.

“Has perdido tres días de trabajo, sí que ahora estarás tres días sin comer. Trabajarás sin parar durante tres días seguidos. Como puedes vivir de tu joroba, no comerás no beberás nada. Trabajarás mucho.”

El camello se unió al caballo, al perro y al buey y los ayudó a trabajar.

Desde entonces el camello tiene una joroba para poder trabajar tres días sin comer ni descansar. Y nunca ha vuelto a decir “¡Bah!”.

Cuando hay mucho trabajo todo el mundo tiene que ayudar

LA GALLINITA ROJA

Érase una vez una gallinita roja que vivía junto a una granja con tres amigos: un perro, un gato y un ratón. Era una gallina muy trabajadora. Limpiaba su casa todos los días y también un pequeño huerto.

Un día, mientras cuidaba su huerto, encontró unos cuantos granos de trigo que habían quedado de la cosecha del granjero. Se puso muy contenta y fue corriendo a decírselo a sus amigos.

En la puerta de su casa encontró a Beagle, un perro grande y gordo.

Beagle estaba tumbado en la entrada. Se pasaba casi todo el día durmiendo y soñando que perseguía conejos por el bosque. Pero nunca los perseguía. Lo único que hacía era dormir y soñar, soñar y dormir. Nunca se movía de su lugar favorito.

Dentro, tumbado en el alféizar de la ventana estaba percales, un gato grande y gordo. Se pasaba casi todo el día dormitando y estirándose al sol.

Percales soñaba que perseguía ratones en el granero. Pero nunca los perseguía. Lo único que hacía era dormitar y estirarse, estirarse y dormitar. Nunca se movía de su lugar favorito.

En la cocina, tumbado junto a la entrada de su ratonera, estaba el Ratón Gris. Se pasaba casi todo el día royendo y soñando que encontraba un enorme trozo de queso. Pero nunca buscaba nada. Lo único que hacía era roer y soñar, soñar y roer. Nunca se movía de su lugar favorito.

La Gallinita Roja estaba tan contenta con los granos de trigo que entró corriendo en la casa , saltó sobre Beagle y cloqueó entusiasmada: “ Mirad qué granos he encontrado. La tierra del huerto está lista para plantar. ¿Quién va a ayudarme a sembrar trigo?”.

“ Yo no”, dijo Beagle dándose la vuelta antes de seguir durmiendo

“ Yo no”, dijo Percales bostezando antes de seguir dormitando

“ Yo no”, dijo el Ratón Gris moviendo los bigotes antes de seguir soñando.

“ Entonces lo haré yo”, dijo la Gallinita Roja, y salió corriendo con la azada bajo el ala para plantar las semillas.

Tardó varios días en plantar el trigo en el huerto. Luego lo regó, arrancó las malas hierbas y vio cómo iba creciendo. Un día, cuando el trigo estaba ya a punto, fue corriendo a casa muy contenta para decírselo a sus amigos. “¿Quién va ayudarme a recoger el trigo?”, les preguntó.

“Yo no”, dijo Beagle dándose la vuelta antes de seguir durmiendo.

“Yo no”, dijo Percales bostezando antes de seguir durmiendo.

“Yo no”, dijo el Ratón Gris moviendo los bigotes antes de seguir soñando.

“ Entonces lo haré yo”, dijo la Gallinita Roja, y salió corriendo para recoger el trigo.

Después de recoger la cosecha de trigo la Gallinita Roja volvió corriendo a casa muy contenta para decir a sus amigos que el trigo estaba listo para molerlo. “¿Quién va a ayudarme a moler el trigo?”, les preguntó.

“Yo no”, dijo Beagle dándose la vuelta antes de seguir durmiendo

“Yo no”, dijo Percales bostezando antes de seguir dormitando.

“Yo no”, dijo el Ratón Gris moviendo los bigotes antes de seguir soñando.

“Entonces lo haré yo”, dijo la Gallinita Roja, y fue corriendo
al molino para moler el trigo. Cuando volvió del molino entró corriendo en casa para decir a sus amigos que había convertido el trigo en harina. “¿Quién va a ayudarme a hacer un pan con esta harina?”, les preguntó.

“Yo no”, dijo Beagle dándose la vuelta antes de seguir durmiendo.

“Yo no”, dijo Percales bostezando antes de seguir dormitando.

“Yo no”, dijo el Ratón Gris moviendo los bigotes antes de seguir soñando.

“Entonces lo haré yo”, dijo la Gallinita Roja, y fue corriendo a la cocina para hacer el pan.


Mientras el pan esta en el horno, Beagle se despertó al oler su delicioso aroma y dejó de soñar. Se levantó de la entrada y fue a sentarse junto al horno para esperar a que estuviera listo el pan.

Al oler el apetitoso aroma del pan, Percales dejó de estirarse y dormitar. Bajó del alféizar de la ventana y fue a sentarse junto al horno para esperar a que estuviera listo el pan.

El Ratón Gris también olió el rico aroma del pan y dejó de roer y soñar. Se levantó de la entrada de la ratonera y fue a sentase junto al horno para esperar a que estuviera listo el pan.

La Gallinita Roja sacó el pan caliente del horno, lo cortó en rebanadas y las untó con mantequilla. “¿Quién ya ayudarme a comer este pan?”, preguntó después.

“Yo”, dijo Beagle.

“Yo”, dijo Percales.

“Yo”, dijo el Ratón Gris.

“No”, dijo la Gallinita Roja. “No me habéis ayudado a plantar las semillas de trigo


No me habéis ayudado a regar el trigo. No me habéis ayudado a recogerlo. No me habéis ayudado a hacer el pan. Ahora no vais a ayudarme a comerlo.” Y se comió todo el pan ella sola.

Pero la siguiente vez que la Gallinita Roja les pidió ayuda, Beagle dejó de dormir y soñar y ayudó. Percales dejó de estirarse y dormitar y ayudó. Y el Ratón Gris dejó de roer y soñar y ayudó.

Ahora la Gallinita Roja cuida el huerto con sus amigos, y le encanta hacer pan con ellos.


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LA CODICIA

Erase una vez un perro viajero, que gustaba de la paz y huía del bullicio. Caminaba siempre solo y adoraba la naturaleza.
Había empezado un largo viaje apenas tres días antes. Ahora la jornada se terminaba y la lluvia le había acompañado durante horas y horas. Llegó a una posada, rendido de cansancio y hambre; estaba empapado desde la cabeza a la punta del rabo.
Con un gesto de satisfacción se reclino en el suelo, junto al fuego de la chimenea, y allí se durmió.
En esto llegaron unos ladrones, quienes se pusieron a cantar y dar gritos. Despertaron a toda la posada, pero ellos seguían metiendo bulla.
A nuestro perro se le ocurrió una brillante idea. Con tranquilidad y resolución la puso en practica.
-¡ Que mala suerte he tenido! ¡Mira que perder por el camino ocho monedas de oro! Soy tonto de remate- dijo el perro, con gesto de pena, y en voz muy alta.
A poco, se hizo el silencio en la estancia. Los ladrones a escondidas fueron saliendo al camino. Se habían creído la historia y ahora se disponían a buscar las monedas de oro perdidas.
Se pasaron rastreando toda la noche, sin encontrar nada, como es natural. El perro entretanto pudo dormir con toda tranquilidad, su ingenio le había librado de tan molestos visitantes.

LA CAJA DE YESCA

Un soldado avanzaba por la carretera con paso marcial: ¡un, dos!, ¡un dos!. Llevaba una mochila a la espalda y un sable a un lado. Volvía de la guerra e iba de regreso camino de su casa.

Anda que andarás, se dio de narices con una vieja hechicera de horroroso aspecto; el labio inferior le colgaba hasta el pecho.
-¡Buenas tardes, soldado!-saludó-.¡Que sable tan hermoso y qué mochila tan repleta! ¡Eres todo un soldado! Si quieres, puedes tener tanto dinero como desees.

-Muchas gracias, vieja hechicera-respondió el soldado.
-¿Ves ese árbol corpulento?-indicó la bruja, señalando uno de cercano-. ¡Está vacío por dentro! Trepa hasta las ramas y verás un agujero. Por él bajarás al interior del árbol. Te ataré una cuerda a la cintura y te ayudaré a subir cuando me avises. -¿Y qué he de hacer debajo del árbol?-preguntó el soldado.

-Coger dinero-dijo la bruja-. Te advierto que en el interior del árbol hallarás una gran sala muy iluminada, pues cuelgan del techo más de cien lámparas. Verás tres puertas: podrás abrirlas, porque están las llaves en las cerraduras. Si abres la primera, verás en el centro un cofre de madera y acostado encima, un perro con unos ojos como tazas de café. No le tengas miedo.

Te daré mi delantal azul que tenderás en el suelo y entonces sin perder tiempo, coges el perro y lo pones en mi delantal, abre el arca y sacarás todo el dinero que quieras. Todo son monedas de cobre. Si prefieres plata, abre la segunda puerta. Encontrarás allí un perro con unos ojos como piedras de molino.

Pero no temas: ponlo en mi delantal y coge las monedas que prefieras. Mas, si deseas oro, puedes llevarte cuanto quieras entrando en la tercera estancia. Eso sí, hallarás un perro con ojos tan grandes como las torres de la catedral. Ese sí que es un señor perro, te lo digo yo; pero no tienes que temer. Lo pones en mi delantal y podrás coger del arcón todo el oro que quieras.

-No me parece mal-dijo el soldado-. ¿Pero qué quieres que haga yo, a cambio de eso? Pues no creo que lo hagas tan solo para que te quede agradecido.
-Pues sí-replicó la hechicera-. No te pediré ni un céntimo. Solamente deseo que me recojas una caja de yesca que mi abuela dejó olvidada la última vez que entró.

-De acuerdo; átame la cuerda a la cintura-dijo el soldado-.
-Ya está-dijo la bruja-, y aquí tienes mi delantal.
Subió el soldado al árbol, se deslizó por el agujero sujeto a la cuerda y se encontró en la gran sala que como le había dicho la bruja, alumbraban numerosas lámparas.

Y abrió la primera puerta. ¡Puf! Allí estaba el perro fijando en él unos ojos como tazas de café. –Eres un buen mozo-le dijo el soldado, mientras lo ponía en el delantal de la bruja y se llenaba los bolsillos de monedas de cobre. Después cerró el arca, volvió a dejar encima el perro y se fue a la segunda puerta. ¡Ah! Lo primero que vio fue el perro de ojos grandes como ruedas de molino.

-No me mires así-dijo el soldado-, que podrías quedarte bizco.-Y lo puso sobre el delantal de la bruja. Cuando vio la plata del arcón, tiró al suelo las monedas de cobre y llenó los bolsillos y la mochila de monedas de plata. Entonces se dirigió a la tercera puerta. ¡Que horrible! Realmente los ojos de aquel perro eran tan grandes como las torres de la catedral y rodaban en sus cuencas como castillos de fuegos artificiales.

-Muy buenas tardes-saludó el soldado, llevándose la diestra al sombrero, como saludan los militares, pues nunca había visto un perro que infundiera tanto respeto. Y después de mirarlo un segundo, como quien pide permiso, lo levantó, lo puso sobre el delantal y abrió el arca. ¡Santo Dios! ¡Cuando oro había! Bastaba con él para comprar toda una ciudad y todas las dulcerías del mundo. ¡Así era, había allí mucho dinero!.

El soldado tiró en seguida toda la plata de que se había cargado, para coger el oro. Se llenó los bolsillos, la mochila, el sombrero y hasta las botas, de manera que apenas podía andar. ¡Ahora sí que tenía dinero!
Volvió el perro a su lugar, cerró la puerta y gritó a la vieja que lo subiera.

-¡Tira de la cuerda, vieja bruja!
-¿Encontraste la caja de yesca?
-¡Atiza! Es cierto, la había olvidado-dijo el soldado, que volvió atrás y la cogió. La vieja hechicera lo sacó del árbol tirando de la cuerda, y pronto el soldado se vió de nuevo en la carretera, con los bolsillos, las botas, la mochila y el sombrero llenos de oro.

-¿Qué harás con la caja de yesca?-preguntó el soldado.
-A ti eso no te importa-replicó la bruja-.
Tú ya tienes el oro; dame ahora la caja.
-¡Cuernos!-replicó el soldado-. Dime en seguida qué vas a hacer con la caja o desenvaino el sable y te corto la cabeza.
-¡Pués no te lo diré!

Entonces el soldado le cortó la cabeza. Allí se quedó tendida. El soldado vació el oro en el delantal de la vieja, lo ató por las puntas, se lo echó a la espalda y, guardándose en el bolsillo la caja de yesca, se marchó a la ciudad.
Buscó el mejor mesón y pidió la mejor estancia y la mejor comida, que por algo era rico y tenía oro sobrante.

El criado que le lustró las botas opinó que eran muy malas para un señor tan rico., pues aún no había comprado otras. Al día siguiente adquirió botas charoladas y un rico vestido. Y he aquí al soldado convertido en un elegante caballero. La gente le contaba grandezas de la ciudad y le hablaba del Rey y de lo hermosa que era su hija la Princesa.

-¿Dónde se la puede ver?-preguntó el soldado.
-Es del todo imposible verla-le decían todos-. Vive en un castillo de bronce con muchas torres, rodeada de altas murallas. Nadie más que el Rey puede entrar y salir, porque le han profetizado que se casaría con un soldado raso y el Rey quiere impedirlo a toda costa.

“Me gustaría mucho verla”, pensaba el soldado, pero imposible obtener permiso para entrar en el castillo.
Se dio a la vida de disipación. Empezó a jugar, paseaba en coche por el parque real y fue pródigo con los pobres, en lo que demostró tener buen corazón, pues sabía por experiencia cuán triste es tener que vivir sin un céntimo en el bolsillo. Como era rico y vestía bien, pronto encontró muchos amigos que le decían que era un modelo de caballero, lo cual halagaba el amor propio del soldado. Pero como gastaba sin medida y no ganaba nada, llegó un día en que se le terminó el dinero. Viose obligado a dejar sus elegantes habitaciones por una buhardilla en una casa humilde, a limpiarse las botas y a remendárselas él mismo, y ningún amigo iba a verle, porque habían de subir demasiados escalones.

Llegó una noche en que no tuvo ni para comprarse una vela, y se hallaba a oscuras en su habitación cuando recordó que había un cabo de candela en la caja de yesca que recogiera de debajo del árbol con la ayuda de la bruja. Entonces sacó de la caja de yesca el cabo de candela y, apenas golpeó el pedernal con el eslabón, arrancando unas chispas, se abrió la puerta y se le presentó el perro de ojos como tazas de café, que había visto debajo del árbol, preguntando:

-¿Qué manda mi amo?
-¿Qué es esto? –dijo el soldado-. Esta caja de yesca no tiene precio si con ella puedo obtener cuanto deseo. Tráeme dinero- añadió, dirigiéndose al perro. Éste desapareció como un rayo; pero al momento volvió, llevando en la boca un talego repleto de monedas de cobre.

Así fue cómo descubrió el soldado el poder prodigioso de la caja de yesca. Si daba un golpe acudía el perro de la calderilla; si daba dos, el perro de la plata, y si daba tres golpes, surgía el que se echaba sobre el arca de oro. El soldado pudo volver a su vida regalada, ocupando magníficas habitaciones, vistiendo con elegancia y rodeándose de amigos que le halagaban.

Pero, un día se preguntó el soldado:

-¡Es extraño que nadie consiga ver a la Princesa! ¿Qué sacamos de que sea tan guapa como aseguran, si ha de estar siempre encerrada en un castillo de bronce con muchas torres?¿No hallaría yo manera de verla? ¡Veamos mi caja de yesca!

Sacó una chispa y al momento apareció el perro de ojos como tazas de café.

-Cierto que es de noche ya lo sé –dijo el soldado-; pero me gustaría mucho ver a la princesa aunque sólo sea por un instante.
De pronto el perro desapareció y, sin dar al soldado tiempo ni de pensar estuvo de vuelta con la Princesa que iba dormida en el lomo del animal. Era tal su hermosura, que nadie viéndola, podía dudar de que fuese una verdadera princesa. El soldado, sin poderlo remediar, que por algo era soldado, le dio un beso.

Y, entonces, el perro volvió a llevarse a la Princesa. Y al día siguiente, cuando el Rey y la Reina estaban tomando el té, les dijo la Princesa que aquella noche había tenida un extraño sueño, en el que aparecía un perro y un soldado. Había ido a caballo del perro y el soldado le había dado un beso.

- ¡Muy lindo!-dijo con ironía la Reina.
Pero aquella noche hubo de quedarse una dama de honor velando el sueño de la Princesa, para ver si era verdad que soñaba o pasaba algo.
El soldado, que se moría de ganas de ver otra vez a la Princesa, envió el perro en su busca, y el animal volvió con ella en un momento. Pero la dama de honor se puso los chanclos y se lanzó en su persecución.

Al ver que el perro desaparecía por un gran edificio, cogió un trozo de yeso y señaló la puerta con una cruz, para reconocerla después. El perro volvió a salir con la Princesa y, al ver la cruz blanca en la puerta del soldado, cogió otro pedazo de yeso y señaló con una cruz todas las puertas de las casas de la ciudad. Demostró con esto su gran sagacidad, porque así la dama ya no le sería posible indicar la verdadera puerta, entre tantas cruces.

A la mañana siguiente, el Rey, la Reina y la dama, con todos los oficiales de la Corte fueron a ver dónde había estado la Princesa.

-Es aquí-dijo el Rey, parándose ante la primera puerta en que vio una cruz.
-No es aquí ni ahí, sino allá-dijeron los demás. Y como en cada puerta veían una cruz, pronto se convencieron de que sería inútil su búsqueda.

Pero la Reina era una señora de mucho ingenio y sabía hacer algo más que ir en coche. Cogió sus tijeras de oro, cortó un trozo de seda en pedazos e hizo un bonito saco que llenó de granos de trigo. Luego lo ató a la cintura de su hija y, con las tijeras hizo un agujerito, de manera que los granos fueran cayendo en el camino.

Aquella noche el perro volvió a llevar a la Princesa al soldado, que se había enamorado locamente y sólo deseaba ser príncipe para casarse con ella. El animal no advirtió que el trigo iba indicando el camino desde el castillo hasta la ventana del soldado, por donde saltaba con la Princesa. Al día siguiente, el Rey y la Reina encontraron fácilmente la casa donde había estado su hija y mandaron prender y encarcelar al soldado.

-¡Que negro y triste era el calabozo! Y aún fue más desagradable oír la sentencia: “Mañana te ahorcarán”. Y lo peor de todo era que se había dejado la caja de yesca en el hotel.

Por la mañana pudo oír, a través de la ventana rejona, a la gente que corría fuera de la ciudad para verlo cuando lo ahorcaban. Sonó el redoble de los tambores y vio pasar a los soldados. Todo el mundo iba al lugar de la ejecución y, entre la multitud, un aprendiz de zapatero corría tanto, que se le cayó una zapatilla y ésta fue a parar a la pared, junto a los barrotes por donde miraba el condenado.

-¡Eh, tú, zapatero remendón! ¡No corras tanto! –gritó el soldado-.Tendrán que aguardar hasta que yo llegue. Si quieres ir a mi casa y traerme una caja de yesca que allí encontrarás ¡te daré veinte duros!. ¡Pero has de ir y volver como un rayo!.
El muchacho muy contento de poder ganar algún dinero, fue a buscar la caja, se la dio al soldado y...veremos lo que pasó.

En las afueras de la ciudad se había levantado un cadalso con una horca muy alta, en torno a la cual se agrupaba una enorme muchedumbre que apenas podían tener a raya los soldados. Los Reyes ocupaban un estrado con trono frente a los magistrados consejeros.

El soldado había subido al patíbulo y estaban a punto de colocarle el nudo corredizo, cuando dijo saber que era costumbre conceder una gracia al criminal antes de matarlo y que a él le gustaría mucho fumar una pipa: la última que podría fumar en este mundo.




No quiso el rey negarle esta gracia y el soldado sacó la caja de yesca y golpeó el pedernal: “Uno, dos, tres.” Inmediatamente aparecieron los perros: el primero con ojos como tazas de café; el segundo, con ojos como ruedas de molino, y el tercero, con ojos como las torres de la catedral.

-No dejéis que me cuelguen. ¡Ayudadme!.
Se arrojaron los perros sobre los jueces y consejeros, los cogieron el uno por los pies y el otro por la nariz y los lanzaron a tantos metros de altura, que al llegar a tierra quedaron destrozados.

-¡Permitidme...!-gritó el Rey. Pero el perro más grande los cogió a los dos, Rey y Reina, y los lanzó al aire para que compartiesen la suerte de los otros.

Pero entonces los soldados se asustaron y la muchedumbre gritó:
-¡Soldadito, tú serás nuestro Rey y te casarás con la bella Princesa!.
Le hicieron ocupar la carroza real y los tres perros iban delante bailando y gritando: “¡Viva!”. Los muchachos se colocaban la mano en la boca imitando trompetas, y los soldados presentaban armas. La Princesa salió del castillo de bronce y fue proclamada reina, lo cual le gustó mucho.

Ocho días duraron los festejos de la boda, y los tres perros se sentaron a la mesa del convite y miraban con sus terribles ojos.

EL ZORRO Y EL CUERVO

Cierto cuervo, de los feos el primero, robo un queso y, llevando su botín, fue a saborearlo en la copa de un árbol y en estas circunstancias lo vió un zorro muy astuto y comenzó a adularlo con la intención de arrebatárselo.
-Ciertamente, hermosa ave no existe entre todos los pájaros quien tenga la brillantez de tus plumas ni tu gallardía y belleza. Si tu voz es tan melodiosa como deslumbrante tu plumaje, creo, y con razón, que no habrá entre las aves quien te iguale en perfección.
Envanecido el cuervo por este elogio, quiso demostrar al galante zorro la armonía de su voz. Al comenzar a graznar dejó caer el queso de su negro pico.
El astuto zorro que no deseaba otra cosa, cogió entre sus dientes la suculenta presa y, dejando burlado al cuervo, se puso a devorarla debajo de la sombra de un árbol.


Quien a los aduladores oye nada bueno espere de ellos.

EL PEQUEÑO ABETO

Érase una vez un pequeño abeto. Solo, en el bosque que, en medio de los demás árboles cubiertos de hojas , él sólo tenía agujas, nada más que agujas.
¡ Cómo se quejaba!
-Todos mis amigos tienen hermosas hojas, hermosas hojas verdes. ¡ Yo, sólo tengo espinas! Quisiera tener, para darles un poquito de envidia hojas todas de oro.
A la mañana siguiente, cuando se despertó, quedó deslumbrado...
- ¿ Donde están mis espinas? ¡ Ya no las tengo ¡ ¡ Me han dado las hojas de
oro que había pedido! ¡ Que contento estoy!
Y todos sus vecinos que le estaban mirando, dijeron:
-¡ El pequeño abeto es todo de oro!
Pero aquí que un hombre, un malvado ladrón, llegó al bosque y les oyó. Pensó:
-¡ Un abeto de oro! ¡Que gran negocio!
Pero como tenía miedo de ser visto, volvió por la noche con un gran saco. Cogió todas las hojas sin dejar una.
A la mañana siguiente, al verse completamente desnudo, el pobre abeto se puso a llorar.
-Ya no quiero más oro- se dijo en voz baja-. Cuando vienen los ladrones, te lo roban todo y ya no te queda nada.¡ Quisiera tener todas las hojas de cristal! ¡ El cristal también brilla!
A la mañana siguiente, cuando despertó, tenía las hojas que había deseado. Se puso muy contento y dijo:
- En lugar de hojas de oro, tengo hojas de cristal; ahora estoy tranquilo porque no me las robar
á nadie.
Y todos sus vecinos que le miraban, dijeron a la vez:
-¡ El pequeño abeto es todo de cristal!
Pero, cuando vino la noche, la tempestad sopló fuerte. El pequeño abeto suplicó en vano, el viento le sacudió y no quedó ni una sola de sus hojas.
A la mañana siguiente, al ver el destroza, el pobre abeto se puso a llorar:
-¡ Que desgraciado soy! Otra vez estoy desnudo. Han robado mis hojas de oro y han roto mis hojas de cristal. Quisiera tener, como mis amigos, hermosas hojas verdes.
Al día siguiente, cuando se despertó, vio que había obtenido lo que deseaba.
Y todos sus vecinos, que le miraban, se pusieron a decir:
-¡ El pequeño abeto ya es como nosotros!
Pero, durante el día, la cabra salió a pasear con sus cabritillos. Cuando vio al pequeño abeto, dijo:
-¡ Venid, niñitos míos!, ¡ venid, hijos míos! Saboread esta comida y no dejéis nada.
Los cabritillos se acercaron saltando y lo devoraron todo en menos de un instante.
Cuando llegó la noche, el pequeño abeto, completamente desnudo y tiritando, se puso a llorar como un niño.
-Se lo han comido todo- dijo en voz baja-. Ya no me queda nada. He perdido mis hojas, mis hermosas hojas verdes, como mis hojas de cristal y mis hojas de oro.¡Me contentaría con que me devolvieran mis agujas!
A la mañana siguiente, cuando se despertó, se encontró sus antiguas agujas y no supo que decir.
¡ Que feliz soy! ¡ Cómo se contempla! Se ha curado por completo de su orgullo. Y sus vecinos que le oyen reír, dicen mirándole:
- ¡ El pequeño abeto está como antes!

EL OSITO Y LA MIEL

A Osín le volvía loco la miel. Si por él fuera se habría zampado toda la miel que hay en el mundo. Por esa razón se pasaba el día entero metiendo las narices en las colmenas donde la miel era almacenada por las abejas. Su mamá no dejaba de advertirle:
-Osín, no te metas en donde no te llaman que un día te vas a ganar un picotazo.
Osín no hacía caso tan grande era la debilidad que sentía por la miel. El seguía curioseando de colmena en colmena. Las abejas eran bondadosas y comprendían el buen gusto que tenía Osín, pero la verdad es que el travieso mozo ya se estaba pasando, pues comía cantidades enormes de la miel que con tanto esfuerzo preparaban las abejas al fin, viendo que nada podía disuadirle de su glotonería, se vieron obligadas a darle un buen escarmiento. Un fuerte picotazo en las narices .... y Osín, muy dolorido, salió corriendo por el prado dirección a su casa.
El goloso de Osín se pasó dos días en la cama, presa de fortísimos dolores de nariz.
-Ya te lo había advertido -, Osín. Pero como tú no tienes arreglo... – le decía su madre, entre indignada y pesarosa por la terquedad de su hijo.


Donde las palabras no llegan siempre lo hace un buen picotazo, ¿Verdad, amiguitos?.

EL LEON Y EL RATONCILLO

He aquí que, un día, un enorme león que vivía en la selva se quedó profundamente dormido entre los árboles del bosque.
Mientras él dormía, un ratoncillo atrevido no hacía más que pasar y pasar junto a él.
Tanto le gustaban esos paseos, que cuando el león despertó todavía alcanzó a verlo.
¡ Y no adivinaríais dónde!
Justo, justo... al lado de su temible pata.
¡ La garra del león!
¡ Imaginad!
Seguro que el león, sin apenas moverse, podía matar tranquilamente al diminuto ratón.
¡ Pero no lo mató!
En aquella ocasión, el “rey de los animales” se portó como un rey de los que lo son y lo son de veras. Generoso, no quiso aprovecharse de su enorme poder para hacerl daño.
Dejó escapar al ratoncillo.
¡ Que suerte! ¿ Verdad?
El ratoncillo se marchó muy contento, y tan agradecido al león, que se prometió pagarle su generosidad en cuanto pudiera hacerlo.
¿Él? ¿ Al león? ¿ Tan pequeño? ¿ Cómo?
Ahora lo sabréis.
Otro día, el león, saliendo a tontas y a locas del bosque sin mirar por dónde iba, cayó en una trampa que unos cazadores la habían preparado para atraparlo. ¡ Y entonces sí que su terrible fuerza no le servía para nada!
La trampa era una red enorme de gruesas cuerdas, el león, ¡ claro está!, no sabía deshacer sus nudos.
Lo único que sabía hacer era lanzar, seguido, seguido, unos rugidos tremendos de rabia y de dolor.
Este fue el momento del ratoncillo agradecido.
Al oír los rugidos del león desesperado, se acerca corriendo a toda prisa y empieza a roer una cuerda de la red.
Rec-rec, rec-rec, rec-rec, llega a cortarla del todo. Y la red, desecha, deja libre al león.
¡ Quién lo iba a decir!
¿Si?
Esto mismo que pasó con el león y el ratoncillo, pasa cada día en el mundo.
¡ Fijaos!

EL GATO Y EL LORO

Había una vez un gato y un loro. Decidieron invitarse a comer, primero en casa de uno, después en casa del otro. El gato debía empezar. Pero era un gato muy avaro, sólo puso sobre la mesa un litro de leche, un trocito de pescado y una galleta. El loro era un loro bien educado y no se quejó, pero no quedó muy contento.
Cuando le tocó a él invitar al gato, el loro preparó una excelente comida. Hizo asar un lomo de ternera, cogió una cesta de fruta, llenó una jarra de vino y, además, hizo cocer un montón de riquísimos pasteles, dorados y crujientes. Llenaban la canasta de a ropa; su olor se esparcía por toda la casa. ¡Había quinientos!
Entonces puso cuatrocientos noventa y ocho ante el gato y para él no guardó más que dos.
El gato comió el asado y bebió el vino. Saboreó la fruta y después atacó el montón de pasteles. Se los comió todos; comió los cuatrocientos noventa y ocho pasteles. Después se volvió hacia el loro y le dijo:
-Tengo hambre, ¿no tienes nada más que comer?
-Quedan mis dos pasteles –dijo el loro. Había quedado tan sorprendido de la hazaña del gato que ni los había probado-. ¿Los quieres?
El gato comió también los dos pasteles; después, relamiéndose los bigotes, le dijo:
-Me está entrando el apetito. ¿No tienes nada más para comer?
-¡Vaya! –dijo el loro amoscado-. Ya no me queda nada, a menos que me quieras comer a mí.
Apenas había terminado de hablar, cuando el gato se relamió los bigotes, abrió la boca, y, ñim, ñam, engulló al loro.
Una vieja, que les había servido la comida y que había quedado sorprendida por la conducta del gato, le dijo:
-¡Gato! ¡Gato! ¿Cómo has podido comer a tu amigo el loro?
-¡Un loro! ¡Bah! ¿Qué es un loro para mí? – respondió el gato-. ¡Tengo ganas de comerte a ti también!-Y ñim,ñam, engulló a la vieja.
Entonces encontró un hombre que conducía un asno y le dijo:
-¡Apártate a un lado, Minino! Llevo prisa y podría aplastarte mi asno.
-¡Un asno! ¡Bah! ¿Y qué es un asno para mí? –dijo el gato-. Me he comido quinientos pasteles; me he comido a mi amigo el loro; me he comido a una vieja. ¿Por qué no me he de comer también a un buen hombre y su asno.
Y prosiguió su camino pavoneándose así. Un poco más lejos encontró el cortejo de la boda del rey. El rey iba delante con su vestido nuevo, acompañando a la novia y detrás de él marchaban sus soldados; les seguían una gran cantidad de elefantes en fila, de dos en dos. El rey estaba de muy buen humor porque acababa de casarse y dijo al gato:
-¡Apártate a un lado, minimo! Mis elefantes podrían aplastarte.
-¿Aplastarme a mí? ¡Bah! – respondió el gato irguiéndose. ¡Ja! ¡Ja! Me he comido quinientos pasteles, me he comido a mi amigo el loro, me he comido a una vieja, me he comido a un buen hombre y su asno. ¿Por qué no me he de comer también a un desgraciado rey y todo su séquito? –Y, ñim, ñam, engulló al rey y a la reina, y a todos los soldados y a todos los elefantes.
Después continuó su camino, no muy deprisa, porque empezaba a estar un poco harto. Pero, algo más lejos, encontró a dos enormes cangrejos, caminado de lado tan aprisa como podían.
-¡Apártate a un lado, minimo! –gritaron.
-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!- exclamó el gato con una voz terrible-. Me he comido quinientos pasteles, me he comido a mi amigo el loro, me he comido a una vieja, me he comido a un pobre hombre y su asno, al rey, a la reina, a los soldados y a los elefantes! ¡Os voy a comer a vosotros también!
Y ñim,ñam engulló a los dos enormes cangrejos.
Cuando los cangrejos llegaron al final , comenzaron a mirar a su alrededor. Estaba muy oscuro, pro al cabo de un momento, pudieron ver al pobre rey sentado en un rincón, con la reina en brazos, porque se había desmayado. Cerca de él estaban los soldados apretados unos contra otros, y los elefantes, que intentaban ponerse en fila de dos en dos, pero no podían porque no había bastante sitio. Enfrente estaba la pobre vieja y a su lado, el buen hombre con su asno. En el tercer rincón, había un gran montón de pasteles y encaramado sobre ellos, el loro, con las plumas erizadas.
-Hermanos, manos a la obra – se dijeron los dos enormes cangrejos. Y, ris, ras, comenzaron a hacer un agujerito en el costado del gato, con sus pinzas; ris,ras, ris, ras, hasta que el agujero fue lo bastante grande para poder pasar por él. Entonces salieron los dos cangrejos y detrás de ellos, salió el rey con su esposa, luego los soldados y los elefantes en fila, de dos en dos, después el buen hombre y su asno; después la pobre vieja y al final, el loro con un pastel en cada pata. (Él sólo quería dos pasteles)
Y el gato tuvo que pasarse todo el día cosiendo el agujero de su costado. ¡Así aprenderá a no ser tan glotón!

EL CUENTO DEL CONEJITO TAWOTS

Este es el cuento que le contó una vez una mujer piel-roja a un muchachito blanco que vivía con sus padres cerca de las reservas indias. Tawots, quiere decir conejito en la lengua de los indios. Hace mucho tiempo, mucho tiempo, Tawots no era pequeño; al contrario, era muy grande Era el más grande de los animales de cuatro patas, y un estupendo cazador. Tenía la costumbre de salir a caza todos los días al alba, en cuanto se veía bastante para guiarse. Cada mañana encontraba el rastro de un enorme pie, en el sendero. Esto le humillaba, ya que su orgullo era tan grande como su cuerpo.
-¿Quién sale a cazar antes que yo y da unos pasos tan grandes? –gritó-. ¿Acaso quiere avergonzarme?
-¡Cállate! –dijo su madre-, no hay nadie en el mundo más grande que tú.
-No; pero hay enormes huellas en el sendero dijo Tawots.
A la mañana siguiente se levantó más temprano, pero de nuevo vio las enormes huellas.
-Bueno –dijo Tawots- voy a construir una trampa para capturar a ese desvergonzado animal.
Y como era muy astuto hizo una trampa con la cuerda de su arco y la puso en el camino .
Cuando fue a ver su trampa, a la mañana siguiente. ¡Cataplum! ¡Había capturado al sol! Toda la tierra de alrededor empezaba a humear. ¡Tan fuerte era el calor!
-¡Has sido tú quien ha dejado esas huellas en mi sendero! – gritó Tawots.
-Sí, he sido yo –dijo el sol-, pero ahora date prisa en soltarme si no quieres que arda toda la tierra.
Tawots comprendió lo que debía hacer; sacó su cuchillo y corrió a cortar la cuerda, pero el calor era tan grande que saltó hacia atrás antes de haberlo hecho y cuando quiso volver ¡quedó reducido por el calor a la mitad de su tamaño!
Entonces, la tierra empezó a arder, y el humo subía retorciéndose hasta el cielo.
-¡Tawots corrió de nuevo a cortar la cuerda. Pero el calor era tan fuerte que saltó hacia atrás antes de llegar, y quedó reducido por el calor a una cuarta parte de su tamaño.
-¡Vuelve Tawots, de prisa! – gritó el sol- ¡O arderá toda la tierra!
Y Tawots, volvió nuevamente. Esta vez logró cortar la cuerda y el sol pudo subir al cielo. ¡ Pero el pobre Tawots había quedado reducido al tamaño que tiene ahora!

Solamente, cuando corre por un camino, podrás darte cuenta por la enormidad de sus saltos de lo grande que era, antes de haber capturado al sol en su trampa.
Y es lo único que le queda de su antigua grandeza.

EL COLLAR DE LA VERDAD

Érase una vez una niña que mentía continuamente. A ciertos niños, la mentira no les parece una cosa importante, y una pequeña mentira, o una mentira grande, si es necesario que le salve de un castigo o les produzca un placer, les parece la cosa más legítima del mundo. Así era nuestra niña. Para ella, no existía la verdad. Durante mucho tiempo engañó a sus padres con sus mentiras, hasta que por fin descubrieron lo que les contaba, y ya no tuvieron en ella la menor confianza. Es terrible para los padres no poder confiar en las palabras de sus hijos.

EL VIAJE EN BUSCA DE MERLÍN. Después de haber probado inútilmente todos los medios, el padre y la madre de la niña resolvieron llevarla al mago Merlín, que entonces era célebre en toda la tierra y, además, gran amigo de la verdad.
Por eso, de todas las pares del mundo le llevaban niños mentirosos para que los curara.
Vivía en un palacio de cristal de paredes transparentes, y nunca pensó ocultar una sola de sus acciones, o hacer creer lo que no era cierto, ni tampoco dejarlo creer, callándose cuado hubiera debido hablar. Reconocía a los mentirosos por el olor a una lengua de distancia; y cuando la niña llegó a su palacio se vio obligado a quemar vinagre para purificar el ambiente porque le mareaba el olor.
La madre quiso explicar la enfermedad que sufría su hija, pero el mago Merlín la detuvo a las primeras palabras:
-Sé de qué se trata, buena señora. Hace una hora que huelo la llegada de señorita. Es una mentirosa de primera clase, y me ha hecho pasar un mal rato.
La pequeña no sabía dónde esconderse. Se refugió en las faldas de su madre, que la amparaba lo mejor que podía. El padre se puso ante ella para protegerla de todo riesgo. Deseaban curar a su hija, pero suavemente, sin hacerle ningún daño.

EL COLLAR. No temáis nada –dijo Merlín al ver el miedo de aquellas gentes-. Que esta señorita me permita hacerle un regalo; creo que le gustará.
Abrió un armario y sacó un magnífico collar de amatistas maravillosamente engarzadas, con un broche de diamantes cuyo resplandor deslumbraba. Lo puso en el cuello de la pequeña, y despidiendo a los padres con gesto benévolo, dijo:
-Id, buenas gentes, y no os preocupéis más. Vuestra hija lleva con ella un seguro guardián de la verdad.
La pequeña enrojeció de contento y se marchaba a toda prisa, encantada de haber salido tan bien librada, cuando el mago Merlín la llamó:
-Vendré a buscar mi collar dentro de un año –dijo mirándola con expresión grave-. Desde este momento prohíbo que te lo quites del cuello ni un solo minuto. ¡ Pobre de ti si lo haces!
-¡Oh! No deseo nada mejor que conservarlo siempre. ¡Es tan bonito!
Al día siguiente de volver a casa, nuestra mentirosa fue ala escuela y como había estado mucho tiempo ausente, todas las demás niñas se agruparon a su alrededor. Sólo se oían exclamaciones sobre la belleza del collar.
-¿De dónde procede? Y tú, ¿dónde has estado? – le preguntaban todas.
En aquellos tiempos sabían lo que significaba volver de la casa de Merlín, ya que era muy conocido por ser el médico de los mentirosos.
Por eso, la niña no se preocupó de hablar así:
-He estado mucho tiempo enferma –dijo descaradamente- y mis padres me han regalado este hermoso collar durante la convalecencia.
Un tremendo grito se oyó, lanzando al unísono por todas las bocas.
Los diamantes del broche que lanzaban tan vivos resplandores se habían apagado repentinamente y convertido en vulgares cristales.
-Pues sí, he estado enferma. ¿ Por qué gritáis tanto?
Con esta reincidencia, las amatistas se convirtieron en guijarros amarillentos.
Al nuevo grito de todas, y al ver tantos ojos fijos en su collar, miró ella también y se estremeció de espanto.
-He estado en casa del mago Merlín- dijo humildemente.
Apenas hubo confesado la verdad, el collar recobró toda su belleza, pero las carcajadas que resonaban a su alrededor, la humillaron de tal modo que experimentó la necesidad de rehabilitarse.
-Os equivocáis completamente, porque el mago nos recibió perfectamente, a mis padres y a mí. Mandó su coche a recogernos, y no podéis imaginar lo precioso que es su coche. ¡ Seis caballos blancos y cojines de seda rosa con borlas de oro! Cuando llegamos vino a nuestro encuentro al vestíbulo y ...
Las risas, apenas ahogadas, se hicieron ahora tan ruidosas, que se detuvo sobrecogida y lanzando una mirada al desdichado collar, nuevamente se estremeció.
A cada detalle que inventaba el collar se alargaba, se alargaba...
-Tú nos cuentas más de lo que en realidad sucedió- gritaron las niñas.
-¡Está bien! Confieso que llegamos a pie y que sólo nos quedamos cinco minutos.
El collar se encogió al momento.
-Y el collar, ¿ de donde procede?
-Me lo dio sin decir nada, probable...
No tuvo tiempo de decir nada más. El fatal collar se encogía, se encogía hasta oprimirle terriblemente la garganta y sacar la lengua.
-No nos lo dices todo- gritaron las niñas.
Se apresuró a decir, ahora que aún podía hablar:
-Dijo que era una mentirosa de primera clase.
Un vez libre del collar que la estrangulaba, continúo diciendo, mientras lloraba de vergüenza y de dolor:
-Por eso me dio el collar. Dijo que era un guardián de la verdad, y yo fui tonta de remate al alegrarme... ¡Ya me véis, ahora!
Sus amigas compartieron su pena, porque como buenas, se pusieron en su lugar en seguida.
-Eres demasiado buena- dijo la más lista de todas. En tu lugar yo hubiera mandado a paseo el collar. ¿Quién te impide quitártelo?
La niña mentirosa callaba, pero el collar se puso a bailar, a bailar, tanto y tanto que las piedras chocaban entre sí haciendo ruido infernal.
-Hay algo que nos ocultas- prosiguió el grupo de niñas, divertidas por aquel baile extraordinario.
-Tengo intención de guardarlo.
Los diamantes y las amatistas bailaban y se entrechocaban.
-Tienes alguna otra razón para guardarlo.
-¡Vaya!, puesto que no puedo ocultaros nada, os diré que el mago Merlín me ha prohibido quitármelo bajo pena de un gran castigo.
Inmediatamente el collar se calmó.
Ya imagináis que, con un compañero de esta especie, que se transforma cuando se traiciona la verdad, que se alarga cuando se le añade algo, se encoge cuando se le suprime y se pone a bailar cuando se le silencia, un compañero del cual no podéis desembarazaros, no le es posible, ni a la más decidida mentirosa, andar torcidamente por el camino de la verdad. ¿Qué sucedió?
Cuando se acostumbró a decir siempre la verdad, se sintió tan bien, con la conciencia tan ligera y el alma tan tranquila, que tomó horror a la mentira por sí misma y el collar ya no tuvo nada que hacer en su cuello. Antes de que hubiera transcurrido el año, vino el mago Merlín, que necesitaba su collar para otro niño mentiroso y sabía que donde lo había dejado y a no era necesario.
Nadie me ha podido decir todavía lo que hizo del maravilloso collar de la verdad. Todavía lo buscan, y si yo fuera un niño mentiroso, no estaría demasiado seguro, pues todavía pueden encontrarlo.

EL CANGURO SALVADOR

Canguro se sentía muy infeliz, pues se veía obligado a vivir apartado de sus demás congéneres. ¿Cuál era la causa? Su aspecto, un poco raro, pero nada más, aparte de esa forma tan peculiar de andar a saltitos. Los animales del bosque, muy creídos de su propia belleza, ignoraban su presencia negándole el saludo.¡Cuánto sufría el pobre animal!
Una tarde de verano se declaró un gran incendio en el bosque. Mientras algunas especies de animales estaban incapacitadas para desarrollar grandes velocidades, Canguro, a base de dar enormes saltos, logró distanciarse de las llamas. Tenía la salvación al alcance de sus patas. En esto, reparó en la presencia de varios topos y tortugas, quienes, cegados por el brillo del fuego o incapacidades de correr con rapidez, estaban a punto de ser devorados por las doradas lenguas de fuego, que ya se alzaban sobre ellos. Canguro, sin dudarlo un instante, se tumbó en el suelo y permitió que todos estos animalillos se instalasen en su bolsa. Ya casi le rozaba el fuego, cuando se puso en marcha, a la máxima velocidad posible. Esta no podía ser elevada, debido al gran peso que llevaba consigo, pero finalmente, logró ponerse a salvo , junto con los animales que transportaba en su bolsa.
Desde ese día, todos los habitantes del bosque reconocieron el valor y la abnegación de canguro, quien, sin necesidad, había corrido un grave peligro por salvar a los mismos animales que antes se habían reído de él y le habían despreciado. Canguro llegó a ser muy querido y admirado por sus vecinos. Las buenas cualidades terminaban siempre por ser reconocidas, queridos lectores.

EL CABALLO DESCONTENTO

Siempre podemos encontrar motivos para sentirnos descontentos, si eso es lo que queremos, así como argumentos para considerarnos afortunados por seguir viviendo. Todo depende del cristal con el que cada uno mira la existencia.
Erase un caballo que, en pleno invierno, añoraba la vuelta de la primavera. En efecto, aunque ahora descansaba tranquilamente en el establo, se veía obligado a comer paja seca.
-¡ Ah, como deseo llevarme a la boca esa fresca hierba que regala la primavera! – decía el pobre caballo.
Bien, llegó la primavera y el animal tuvo su fresca hierba, pero comenzó a trabajar de lo lindo.
-¡Cuándo vendrá el verano! Ya estoy harto de pasar la jornada tirando del carro – se lamentaba el caballo.
-También llegó el verano, pero el trabajo aumentó y el calor hizo acto de presencia. Los males de nuestro caballo aumentaban de hora en hora.
-¡Oh, el otoño! ¡Como deseo que llegue! – se decía el caballo una y otra vez, creyendo que en dicha estación terminarían sus males. Pero en otoño hubo que cargar leña para afrontar el invierno con la debida preparación, y nuestro caballo no cesaba de quejarse y sufrir.
Cuando llegó el invierno pudo descansar, el caballo comprendió que había sido un iluso por intentar huir del momento presente y refugiarse en la quimera del futuro.

Amigos, vivid la vida instante a instante, y no penséis en lo que vendrá mañana.

AS BURGAS

Hai moitos, moitos anos vivía nun lugar cerca de Ourense, chamado Rivadavia, un mago. Este mago curaba a xente e axudábaos cuando tiñan problemas. Tamén ían os nenos/as mentirosos para que comenzaran a dicir a verdade. A súa maxia podía curar case que todo, pero, non podía axudarse a si mesmo, esa era a única condición dos poderes que posuía.
Un día o mago comenzou a encontrarse mal e o pouco tempo enfermou. Estaba tan enfermo que non podía moverse e nin sequera pedir axuda. Un mozote, chamado Pedro, que pasaba por onde vivía el, viuno enfermo e enseguida foi a axudalo. Correu a casa do doutor e levouno ata o mago. Gracias a Pedro o mago sanou e púxose ben. Desde aquel día sempre xogaban xuntos ó pilla pilla, á pelota, e a un montón de xogos máis, convertíronse nos millor amigos que había en Rivadavia.
Todo esto era moi bonito, pero en Rivadavia vivía unha meiga. Era unha meiga mala, porque tamén hai algunha boa. Pois esta bruxa, estaba namorada de Pedro, desde que o vira gustáralle e quería casar con el. Un día a meiga díxolle a Pedro:
- Ola Pedro, ti non sabrás quen son, mais eu sei quen eres ti. Son unha bruxa e quería preguntarche se che gustaría casar comigo.
- Sintoo meiga, mais non podo casar contigo porque estou namorado de outra persoa, ademáis ti eres malvada e perigosa, e eu nunca podería casar con alguén así.
Sen decir unha palabra máis a bruxa enfadouse moito e foi tal o enfado que convertiu ó mozo Pedro nunha moeda. O mago o enterarse do acontecido púxose moi triste, e chorou moito. Pero en lugar de quedarse na casa foi xunto o mozo Pedro, ou millor dito a moeda Pedro e intentou curalo. O mago intentouno e intentouno, pero por máis que o intentou non conseguiu salvalo. Foi entón cando se lle ocorriu chamar ós deuses para que lle dixeran como podía curar ó seu amigo.
-As augas quentes que van camiño a Rivadavia, terás que desvialas a Ourense. E alí onde salgan hacia a superficie terás que tirar a moeda. Así será como o teu amigo Pedro quedará desenfeitizado.

Así foi como fixo o mago. Según botou a moeda Pedro á auga das Burgas convertiuse en mozo. Desde aquel día o mago e Pedro decidiron que construirían unha balsa e subirían e baixarían polo Miño abaixo para seguir axudando á xente.




















SAN MARTIÑO

Hai moito, moito tempo, vivía un rei. Este rei era moi bo coas xentes e con todos os seus amigos, sobre todo co seu millor amigo: O PATO PATARECO. Un día o Pato Patareco enfermou de comer moitos pasteis, caramelo... e o seu amigo rei non sabía que facer. Pensou e pensou e deuse conta de que había un santo. Este santo vivía no bosque e era medio santo medio duende, chamábase Martiño. O saber que o Pato Patareco estaba mal quixo curalo e para iso mandoulle unha caixa ó rei. ¿Qué podía haber na caixa?. Un montón de cousas...un collar máxico, unha herbiña...Pero o único que había na caixa era un papel, con unhas instruccións:
-Se a súa maxestade quere curar ó Pato Patareco, o único que ten que facer é FACERLLE CÓXEGAS

Así foi o que lle fixo o rei e como se curou o Pato Patareco, como gratitude do rei hacia o duende San Martiño, construiu unha catedral que é esta que vedes aquí.

O MELLOR E O PEOR

Houbo nunha época na que reinaba en todo o mundo o poderoso amo Obatalá. Era sabio e intelixente e non precisaba axudante algún. Pero Obatalá decidiu buscar a alguén que puidese gobernar a terra no seu lugar.
Pensou en Orula. Era de confiar, anque moi xove, e esto quería dicir que non tiña madurecido para gobernar a terra e dirixir ós homes.
<>, pensopu Obatalá <>.
Obatalá mandou buscar a Orula e díxolle:

-Quérote probar. Cumpre o meu degoxo: traime algo de comer sexa cocido ou asado; pero ten en conta que esa comida ha de estar feita co mellor que haxa no mundo.

Orula foi ó mercado. Camiñou dun lado para outro e veu froitos fermosos, pero non os mercou. Veu doces, pero non os mercou. Veu moitas verduras, pero non as mercou. Veu diferentes pescados, pero non os mercou. Había moitas clases de carnes que non mercou.
Despois de moito andar e ollar, Orula mercou unha lingua de vaca. Levou á súa casa herbas, follas de loureiro e outros condimentos, e arranxou un bo prato que lle ofreceu a Obatalá.
Cando Obatalá probou a lingua de vaca dixo:
-É un prato moi saboroso.

E comeuno sen deixar frangulla.

-Moi saboroso-repetiu-; de certo que estaba feito co mellor do mundo. ¿Pódese saber, Orula, admirable cociñeiro, de que estaba feito?

Orula calou.

-Fuches ó mercado, ¿nonsí?- preguntou Obatalá-. A ver, a ver, alí hai froitas, doces, verduras, pescados, carnes... ¿Non era unha simple lingua eso que me trouxeches para comer? ¿ E isoé o mellor do mundo?

-Sabio Obatalá- respondeu Orula- práceme saber que che gustou o prato que arranxei. A túa intelixencia é abraiante, e acertaches... agora ben, ¿ non recordas que non hai cousa no mundo que se poda comparar coa lingua?. A lingua pode dar as gracias por un bo traballo, pode alaudar unha grande obra, aconsellar na desgracia e dar consolo nas mágoas. ¿ Quen dá as noticias ós homes? A lingua. ¿ Quen nos di o que temos que facer?. A lingua. A través dela un home calquera pode chegar ós mais altos postos do mundo- dixo Orula sorrindo.

-Todo o que dis é certo- respondeulle Obatalá
E pensou:<< anque é novo, ten grande intelixencia>>.

Noustante, Obatalá decidiu probar de novo a Orula.

-Arranxáchesme un prato co mellor que hai no mundo- dixo Obatalá-. Esto foiche doado. Agora dareiche unha tarefa máis dificil: que me arranxes un prato co peor que haxa no mundo. Vai e non bulas moito na busca pois no mundo hai cousas malas dabondo.

Orula foi ó mercado e de novo mercou unha lingua de vaca.
Voltou á casa coas herbas, as follas de loureiro e outros condimentos, preperou o prato e levoullo a Obatalá.

-¡Como!- dixo Obatalá-. A primeira vez que me trouxeches este prato dixéchesme que estaba feito co mellor que había no mundo, e confirmeiche que era certo. Agora vesme outra vez coa lingua de vaca e dis que se trata do peor que hai no mundo. ¿ Como explicas esto?.

Orula respondeulle:
-Sabio Obatalá, no que digo non hai nada extraño. É ben sabido que a lingua pode esnaquizar os esforzos dos homes e o bo nome dunha persoa. Cunha soa palabra pode privar ó home dos seus medios de vida. A lingua sirve para aldraxar e pode traguerlles ás xentes moitos males. Pero inda hai máis. Con ela é posible converter en escravos ós habitantes dun país. ¿ Pode haber peor cousa no mundo?.

E Obatalá respondeulle:
- Todo o que dis é certo. A primeira vez eran certas as túas palabras e tamén agora estás dicindo a verdade. Eu desconfiei da túa xuventude, pero agora respeto a túa intelixencia. Ti ocuparás o meu lugar.

LA LEYENDA DE LAS BURGAS

Bien conocidas son, y famosas las “Burgas” de Orense, esas fuentes de agua casi hirviente que manan sin interrupción, proporcionando a la población grandes servicios. Pues las Burgas tienen también sus leyendas . Una de ellas es la de cómo y por qué fluyen allí esas aguas; y es la siguiente:
Hace muchísimos años moraba en uno de los montes cercanos de Rivadavia, entre los riscos de la altura un famoso asceta que atendía el culto de una pequeña ermita y pasaba la vida entre rezos y penitencias, ayunos y sacrificios. Era muy estimado de cuantos le conocían y , como sabían las dificultades que el santo varón tenía para su subsistencia, algunas veces le levaban alimentos, a la vez que iban en procura de sus consejos y bendiciones.
Se llamaba Pedro y se decía que era hijo de unos campesinos; pero lo cierto es que de virtud y doctrina sabía más que el señor cura de la parroquia y hasta se susurraba que había hecho algunos milagros.
Una vez , Pedro el ermitaño se sintió enfermo; fue en una tarde de otoño, cuando las hojas de los árboles amarilleaban y el sol se ocultaba entre reflejos dorados.
-¡Bendito sea Dios!-se dijo-. Parece que Él me llama a sí. Soy ya muy viejo y alguna vez ha de acabarse la vida del hombre.
Y resignadamente se sentó a la puerta de la ermita. Pero acertó a pasar por allí un joven pastor que conducía un rebaño de ovejas y , al verle tan caído le preguntó si necesitaba alguna cosa.
-Me encuentro mal –respondió el santo-; pero Dios dispondrá lo que ha de ser.
-Señor –dijo el joven-, yo voy camino de la aldea con estos carneros y cuando los haya dejado volveré con un médico.
Y se fue aligerando el paso del rebaño que corrió monte abajo. Volvió ya con noche el pastor acompañado del médico, quien después de examinar a Pedro le dijo que tomara un cocimiento de unas hierbas que había llevado y que se amantar bien y se acostara. El mismo joven le preparó la tisana y le cubrió con una manta que traía. Después los dos se marcharon dejando a Pedro tranquilo aún cuando tosía con una tos seca de oveja, que se fue calmando hasta quedarse dormido.
Desde entonces el pastor siempre procuraba pasar por la ermita y hacer un poco de compañía al señor Pedro, por lo cual éste se había encariñado con el rapaz, y le iba instruyendo y predicando la bondad.
En Rivadavia había una callejuela muy antigua y en uno de los extremos de ellas existía una casa medio derruida en la cual vivía un viejo tabernero que tenía una hija llamada Aurora que era, como su mismo nombre, una bella aurora de mujer. Pero esta joven en aquel ambiente tabernario había recibido no muy santas enseñanzas volviéndose caprichosa al sentirse admirada y solicitada por muchos muchachos que deseaban obtener sus amores.
Aurora sentía predilección por un mozo, que algunas veces acudía a la taberna para hacer algunas pequeñas compras. Aquel mozo parecía no darse cuenta de la impresión que su presencia producía en la tabernera lo que a ella la desesperaba y enardecía.
Por fin después de muchos intentos que Aurora hizo para despertar el interés y el deseo del joven, ya que no el amor, díjole un día:



-¡Estoy enamorada de ti! Mírame, ¿no soy guapa? ¿no me quieres?
-Si, eres guapa –respondió él- pero eres diabólica..., serías mi perdición- y se fue apresuradamente.
Aurora se sintió humillada y herida en su amor propio y juró vengarse,. Y cuando otra vez volvió el muchacho a comprar un poco de sal y de azúcar, después de servírselo, y como estaban solos, le echó los brazos al cuello y lo besó, mientras le metía en el bolsillo alguna cosa de que él no pudo apercibirse.
Y como él se apartó de ella bruscamente y huyó encolerizada la muchacha salió tras de él, gritando:
-¡Al ladrón , al ladrón, detenedle!...- y , ala ves le tiraba piedras.
El mozo corría y pronto le persiguieron algunas gentes. Otras mujeres del pueblo y mozalbetes le lanzaron también pedruscos; pronto el mozo fue derribado y muerto sin que muchos de sus perseguidores pudieran saber por qué. Pero en el farnel o zurrón que llevaba el infeliz se encontró el cáliz dela iglesia que había sido robado. Robado por Aurora para aquel objeto, porque quiso vengarse del desprecio.
Se supo después que aquel mozo era el pastor que visitaba al ermitaño del monte y le llevaba algunas provisiones. Y el santo Pedro lloró la muerte de su joven amigo y tuvo también su momento de dolor y de coraje y el primer mal pensamiento en su vida ascética y humilde.
Y se dice que el santo iba conduciendo los secretos canales del agua caliente de las Burgas hacia Rivadavia; pero ante aquella cruel acción de los que habían matado a un inocente, huyó para Orense y allí hizo fluir las hirvientes y famosas “Burgas”.
Después dice la leyenda extendió sobre las aguas del Miño su raída capa y, poniéndose sobre ella, se dejó ir con la corriente.
En Tui existía en la catedral un letrero que decía: “Aquí nació y se enterró San Pedro González Telmo.”

A GALLETA QUE TODO O MUNDO QUERÍA COMER

MATERIAL: Galleta e os diferentes personaxes do conto
Érase unha vez unha neniña que lle gustaban moito as galletas. Un día ergueuse moi, moi cedo e comezou a cociñar, pasou toda a mañá traballando. E sabedes que pasou... pois saíulle unha galleta como esta (describir a galleta que se leve) despois de tanto traballar, tiña tanta, tanta fame que lle dixo:
-Galletiña ven aquí que teño tanta, tanta fame que te vou a comer.

Pero sabedes o que lle contestou a galletiña...
-Non, non , non- e pegou dous saltiños e escapou da neniña que a quería comer.
A galleta saliu rápido pola porta e colleu rapidamente o camiño, cando viu que estaba a salvo descansou un rato. De repente apareceu unha vaca que viña de traballar durante todo o día e o ver a galleta acercouse e díxolle:
-Bos días galletiña
-Bos días vaquiña-contestou a galleta
-Ah galletiña ven aquí que veño de traballar durante todo o día e teño moita moita fame e te vou a comer
Pero sabedes o que lle contestou a galletiña...
-Non, non , non- e pegou dous saltiños e escapou da vaquiña que a quería comer. Menudo día levaba a neniña a quería comer, a vaca a quería comer, todo o mundo a quería comer.
A galletiña seguiu polo seu camiño e esta vez encontrouse con...(podense por tantos personaxes como un queira, pero a galleta escapa de todos con dous saltiños todo ata...) a galletiña de tanto escapar atopouse co Pato Patareco que estaba a bañarse no río.
-Ola bos días Pato Patareco- dixo a galletiña
-Bos días-contestou o Pato Patareco
-Mira Pato Patareco teño un problema, eu quero cruzar o río pero non hai ningunha ponte e eu non me podo mollar- (Porque nenos sabedes que as galletas non se poden mollar)
-Pois si queres eu axúdote, sube o meu piquiño que verás como te axudo.
Entón a galleta fixo o que lle dixo o Pato Patareco e sabedes o que pasou ... que o Pato Patareco “ se la comió” (O monitor remata o conto comendo a galleta como si el fora o Pato Patareco)

IMOS Ó BOSQUE

MATERIAL: Ningún
Este conto comeza cando todos estamos durmidos: “haber como durmimos todos” (os alumnos fan como se durmiran. O monitor fai un roquido e escenifica como si se despertara. Ós alumnos de entre 3 e 6 rinse moito con esta parte) de repente canta o galo “kikiriki” (fan como si se despertaran e estíranse) logo lavan a cara, síguelle o almorzo, que para elo teñen que munguir a vaquiña, beben o vaso de leite, cepillan os dentes, peiteanse e vistense. (a cada acción corresponderalle un son diferente).
A segunda parte comeza agarrandose todos na bici, (para elo escinificarémolo como cando nos agarramos ó manillar da bici) curva para a direita (torcemos o corpo lixeiramente para ese lado) curva para aquí (igual ó anterior) unha baixada (igual pero inclinamos hacia abaixo) unha subida, un bache piticlín, un pinchazo pissss, pómoslle o parche (damos unha palmada) inflamos a roda ( facemos o ruido e xesto como se a hincháramos).
A terceira parte comeza: agora xa estamos no bosque, e sabedes que hai alí...pois hai árbores, estas árbores son máxicas porque cando alguén se encontra mal e lle doe a barriguiña, ou a cabeza, ou calquera cousa o único que ten que facer é abrazar unha árbore. Así cando vos ou os vosos pais, irmáns, ou un amigo se encontre mal decídelle que abrace unha árbore, e senon hai ningunha cerca dádelle vos unha aperta.
Pero como hai que coidar as árbores imos plantar unha: facemos un buraco (escenifican o facer un buraco) collemos unha semente pómola no buraco, tapámola ben tapada ( a vez batimos as palmas coas pernas para facer o son como se tapáramos) e agora regámola (como se colléramos unha regadeira e o regáramos), haber como medran esas árbores (suben os brazos facendo estes de copa da árbore), haber como se move co vento (moven os brazos) haber como sopra ese vento ( soplan como se fora o vento).
As árbores son moi importantes porque dannos sombra para durmir unha siesta, haber como durmimos esa siesta...despertámonos e como temos algo de calor, imos quitar a roupiña e imos nadar ó río. Nadamos un pouco cara adiante e un pouco cara...(normalmente os nenos de entre 3 e 6 contestan) atrás (escenifican como se estiveran nadando). E agora que nadamos moito e fixemos moitas cousas a min nenos entroume a fame ¿e a vos?...pois outra cousa que nos dan as árbores son...unha mazá ñam, unha pera ñam, unha cereixa ñam (a vez que se fai o xesto como si se collera o froito dunha árbore dise ñam) unha noz ( os nenos van decir ñam pero é entón cuando intervimos nos) non, non toc toc toc ñam (facemos como se rompéramos a cáscara para comela). Outras cousas que hai que comer son unha leituguiña ñam (o monitor colle a cabeza dun neno/a e fai como se a arrincara para comela) unha pataca...
E agora imos voltar o “cole “ para seguir contando contos. Collemos a “bici” e curva para aquí...(igual ó camiño para o bosque)

OS TRES IRMÁNS E O VELLO SABIO

Nunha casa que estaba chantada ó pé dun bulleiro, vivían tres irmáns co seu pai. Todo o mundo sabe o malo que é vivir pegado a un bulleiro: del veñen moitos contratempos e ningunha alegría.

Pasou o tempo e o pai que estaba morrendo, chamou ós séus fillos e díxolles: -Escoitade, rapaces. Debedes de mudarvos deste sitio. O bulleiro tróuxonos desgracias e doenzas. Construíde unha casa nalgún lugar da encosta da montaña, e vivide alí o mellor que poidades; pero denantes de vos poñer a traballar nela pedídelle consello ó vello sabio que vive no bosque.

O tempo pasaba e os tres irmáns comprenderon que seu pai tiña razón. Era preciso que deixasen o bulleiro. Estiveron falanado e acordaron que o irmán maior fose ó bosque e lle preguntase ó vello sabio se debían de irse ou non.
O irmán maior saiu na procura do vello sabio. Ía con moita inquedanza. Pensaba: <<¿E se nos fose peor no novo lugar?>>

Chegou a onde estaba o vello sabio e preguntoulle:

-¿Qué debemos facer?¿Será malo que nos vaiamos do bulleiro e ergamos unha casa na encosta da montaña?¿Qué me aconsellas?

-Malo- respondeu o vello sen deixar o traballo que estaba facendo.

O irmán maior non preguntou máis: baixou a cabeza e volveu á súa casa moi triste.

Ó chegar díxolles a seus irmáns cal tiña sido a resposta do vello.

-¿Falácheslle de todas as nosas calamidades?-dixo o irmán que os seguía-. Vou ir eu a explicarlle ó vello como vivimos.

E foise ó bosque.
-Dime, vello sabio –dixo o segundo irmán-. Non temos forzas para seguir vivindo ó pé do bulleiro. Non nos trae máis que desgracias e enfermidades. ¿Coidas que debemos irnos dalí? ¿Sería malo que erquésemos unha casa na encosta da montaña?

-Malo-voltou a responder o vello.

O segundo irmán volveu á sua casa, tristeiro e coa cabeza baixa. Seus irmáns escoitaron calados o que lle tiña dito o vello.

-Polo que vexo-apuxo o irán máis novo -, terei que ir eu falar co vello sabio.

E foise ó bosque.
Ó chegar o irmán máis novo sentouso ó pé do vello e díxolle:

-¡Ouh, vello sabio! Denantes de morrer, o noso pai díxonos que nos alonxásemos do bulleiro onde só nos agardaban doenzas e desgracias. ¿Sería bo que erquéseomos unha casa na encosta da montaña? ¿Qué nos aconsellas?-preguntoulle.

-Sería moi bo, meu fillo-respondeu o vello.

Ó irmán máis novo entroulle tal contendenza que sentía coma se lle tivesen saído azas. Deulle as gracias ó vello e foise correndo á casa, onde o agardaban, desacougados seus irmáns.

-¡Irmáns! –berrou-. O vello sabio díxome que sería bo que erquésemos a casa na encosta da montaña. Seus irmáns ficaron aloleados.

-¿Cómo é eso? –preguntaron-. ¿É que fixo burla de nós?
E os tres foron ó bosque

-Ou, vello sabio-dixo o irmán maior-. ¿Acaso fas burla de nós?¿Por qué a nós os dous nos dixeches que sería malo que erguésemos a casa na encosta da montaña, e ó noso irmán máis novo dixécheslle que sería bo?

-¡Eu non tentei facer burl de vós!-dixo o vello-. Preguntástesme: <<¿Sería malo que erguésemos unha casa na encosta da montaña?>> E o voso irmán máis novo preguntoume: <> E eu respondinlle: <>. Respondinlle dese xeito porque el comenzou polo bo e vól polo malo. ¿Ou coidades que pode marchar ben un traballo que empeza con medo e pensando no malo? Cómpre pensar sempre no bo-engadiu o vello.

Os tres irmáns déronlle as gracias por tan sabio consello e fóronse xuntos a construír a nova casa.