En un bosque lleno de abetos vivía una liebre que sabía gozar con cualquier cosa. Todo lo revolvía y lo miraba de arriba abajo, llevada de su insaciable curiosidad.
Un día se encontró un viejo violín abandonado. En seguida le tomó gusto y comenzó a tocar con él. Aprendía con mucha rapidez, y se pasaba día y noche dale que te dale. Sus amigas y vecinas la querían mucho y soportaban las continuas serenatas con buen ánimo, pero el invierno se acercaba y era preciso comenzar a acumular provisiones.
-Vamos, deja de tocar y únete a nosotras; el invierno se acerca y luego no vas a tener qué comer – le decían todos.
Sin embargo , la liebre no les hacía caso y seguía tocando y tocando, intentando mejorar su estilo.
De pronto, llegó el invierno y nuestra liebre e encontró con que no tenía nada que comer. Tuvo que ir de casa en casa pidiendo alimento. Era muy querida por sus vecinos y recibió lo necesario para calmar su apetito. Ella, en justo pago, alegró el invierno de sus benefactores, dándoles hermosos conciertos con su violín. ¡Sabía tocarlo ya con tanta dulzura!
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